19.12.13

UN AÑO CHECO, 5X09

GORGONA


¿Leíais a Borges, vosotros? Nosotras sí. No por la metafísica. No por la teoría literaria. Por el personaje, por Jorge Luis. Un tipo con el que nos identificamos, un tipo que se cayó en la misma marmita que nosotras, de pequeño. ¿Sabéis que decía que se alegraba de haberse quedado ciego? Todo el mundo cree ver en eso una especie de broma borgiana, como cuando declaraba que apenas sabía inglés o que la mayoría de sus textos eran plagios. Nosotras sabemos que era verdad, que se alegraba de haberse quedado ciego y que no le habría importado ser parapléjico. 

Acordaos de "El inmortal". Cuando la gente entiende que no se va a morir nunca, lo primero que hace es sentarse. Casi no necesita comer ni beber y las cosas del mundo dejan de interesarle. Uno de ellos tenía un nido de pájaro encima. Otro llevaba cientos de años en un pozo. Los pibes se habían desconectado de su carne. Ya, ya sabemos que al narrador de ese relato le repugna la vida infinita (y troglodita) y elige la mortalidad. ¿Pero a Borges? Volved a leerlo. La delicia que emana de las páginas que describen la aldea de los inmortales nos dice otra cosa.

Acordaos ahora de "Utopía de un hombre que está cansado". La vida humana se ha alargado en cientos de años, otra vez. Las estructuras sociales se han disuelto por aburrimiento de los interesados. La gente no se reproduce, vive sola, alejada una de otra, en medio de la selva, en una autosuficiencia frugal. Cuando le peta, se suicida.

Tanto los inmortales como los habitantes de la utopía futura han desconectado su mente de su carne. No tienen más deseo que la meditación. No les mueve ningún placer: ni la gastronomía, ni la posesión de objetos, ni el poder, ni los vicios, ni por supuesto el sexo. En todos sus relatos, Borges (contemporáneo de Henry Miller, William S. Burroughs o Anaïs Nin) folla una sola vez y lo describe con una sola frase. Para que alucinéis: "Secular en la sombra fluyó el amor y poseí por primera y última vez la imagen de Ulrica".

Ese país postcarnal es también el nuestro. Uno en el que la carne humana no impone la acumulación de bienes, el vestido, la sofisticación del alimento, el abuso de poder, el mandato del sexo y la competición desaforada para atraer pareja para la cópula, el crecimiento desaforado, la sobrepoblación. Uno en el que tratamos de extirpar del planeta el cáncer que llamamos carne, la metástasis que llamamos sexo. Uno en el que dormimos en camas que no llamamos nuestras y nos sentamos en el suelo y nos convertimos en ángeles ciegos, y nos hacemos viejos. Buscamos a Dios en las palabras del Otro. El silencio restablece el equilibrio.

Ese país existe y se llama Camp Joy y es difícil y caro llegar a él, pero nadie puede salir sin dejar en él su carne. Venid pronto.

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