EXCEPTUANDO LAS CURSIVAS
Hace doce días que (exceptuando a mi perra y a las cajeras del supermercado hola-gracias) no hablo con nadie. Exceptuando las veces que saco a Nina a pasear y cuando me acerco al Mercadona (aunque no soy partidario de exceptuar tanto, porque por ese camino se ve uno un día exceptuando su vida entera), hace dieciséis días que no salgo a la calle. Por el calor y eso.
Supongo que eso me convierte en un ermitaño. Pero yo no rezo ni purgo ningún pecado. Escucho mi extraño discurso interior. Escribo este blog. Cumplo con un solo rito: el de la preparación del café y su posterior toma. Antes tenía otro rito para los porros, pero se me acabaron y no puedo superar el tremendo esfuerzo de subirme a la moto e ir a ver al amigo que me los vende.
Tres de mis inquilinos (el estudiante friqui y el matrimonio disfuncional) están de vacaciones, con lo que el espionaje sufre cierto vaciado de contenidos, como los periódicos.
No he vuelto a hablar con mis padres desde que me llamaron para hacerme saber que mi coche se había roto y que la reparación les iba a salir por 6000 euros.
Debería poner muchas más cursivas en todo lo anterior. Suelo escribir en cursiva todo lo que no acabo de creerme. Debería haber dicho: vida, salgo, discurso interior, Escribo, blog, vacaciones, hablar con mis padres y (sobre todo) 6000 euros.
Se me ocurre que con las cursivas pasa lo mismo que con la exceptuación (si es que existe la palabra): que te pones, te pones, y un día te encuentras con que te has escrito a ti mismo en cursiva, y no ves la manera de enderezarte de nuevo. Qué vicios más deslucidos, oiga, donde se ponga una buena heroinomanía que se quiten los ejercicios de estilo. De aquí a Lima.
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