UNA PALABRA PELIGROSA
La palabra cuota es extraña, suena raro, no significa gran cosa sacada de contexto y no creo que la haya usado más de una docena de veces en mi vida (claro que últimamente no emito, con la boca, ni la preposición de).
La palabra cuota era, y con toda probabilidad sigue siendo, la más usada por mi antiguo jefe, aquél que les dije, el de la asesoría laboral. Se refería siempre al dinero que les cobraba todos los meses a sus clientes, y a veces la complementaba: subir la cuota, mantener la cuota, cuota fija, cuota asequible, etcétera.
La pronunciaba muy raro. Si me pongo a acordarme de aquel sonido me entran escalofríos morales (no mortales, no: morales). Mordía la /k/ como una fruta tropical, retenía un poquitín el diptongo, se paseaba suavemente por la /t/ con cierta delectación morosa. Son cosas que, lo prometo, no solía hacer con esos fonemas. Reservaba esos lujos enunciativos para su palabra favorita.
Por supuesto, esa deformación fónica tenía su correlato semántico, la obsesión insomne que tenía por las cuotas, por la idea de subirlas, por los problemas que surgían a la hora de cobrarlas, etcétera. Se quedaba contemplando por internet los apuntes en la cuenta que decían Pago cuota abril, por ejemplo. Las todopoderosas, las inflexibles cuotas.
Siguiendo un poco el hilo de la filosofía del lenguaje, es de perogrullo añadir que una deformación semántica no es otra cosa que una deformación en el mismísimo tejido espaciotemporal del universo. Trabajando en la asesoría me sentía un poco como en ese relato de Bioy Casares (un autor sumamente pegajoso, ya ven que hace años que no lo leo pero no paro de citarlo) en que alguien pasa por accidente a la dimensión de al lado y se da cuenta de que Gales ha desaparecido de la historia universal mientras que la religión y el nombre de muchos argentinos proviene de la antigua Cartago. Allí, en el país de la Cuota, a las órdenes del Sumo Sacerdote, sin entender una palabra de lo que estaba pasando. A veces ni Adri era capaz de hacerme volver. Más o menos igual que yo tampoco a ella, ahora.
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