REFLEXIONES DEL RESISTENTE
Lo malo de dejar de creer en la Revolución es que te ves forzado a buscarle sucedáneos. Eso es lo que llamo Resistencia ni más ni menos: un sucedáneo.
Como todo Resistente, uno abriga esperanzas en las largas noches de guardia (¿pero guardando qué?), y estas esperanzas suelen consistir en a/ que los camaradas de la sección de Propaganda logran convencer a todos los ciudadanos para que se pasen a nuestra Resistencia y b/ que al ser tantísimos, nuestras pequeñas incursiones guerrilleras logran horadar y tumbar la Economía de Mercado.
Tampoco hay que hacerse muchas ilusiones, porque la confusión es grande, no hay noticias fiables de esa sección de Propaganda (ni siquiera estamos seguros de que exista, o de que no sean espías neoliberales), ni se sabe cuántos somos, ni qué efecto causan esas incursiones guerrilleras de las que tanto hablo, pero que apenas perpetro. Perpetrar, verbo escasamente utilizado en primera persona, por qué será.
Por lo tanto, esperamos, agazapados, cumplimos con nuestras guardias religiosamente (paradójicamente religiosamente). El oficial de enlace se retrasa, nos sale la clásica barba, resistimos la tentación de volver a leer El País. La vida del Resistente es una puta mierda, ¿no creen? Y todo por no hacerle una perdida al camarada Molotov y empezar a liarla en serio, esta misma noche, levantar todos los adoquines de la ciudad, quemar los bancos, ocupar el ayuntamiento y la comisaría, cerrar la ciudad, etcétera. No crean que la pereza no tiene nada que ver con esto.
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