2.5.07

CRÓNICA MADRILEÑA

Había pasado hacía mil años la fecha razonable para volver, pero no podía volver. Pensaba en Nina, por supuesto, y sabía que estaba cagándose en toda mi familia desde la residencia canina. Pensaba también en este blog. En fin, no son muchas las cosas tangibles o imaginarias que componen el inventario de lo que llamo casa, y pensaba en todas ellas, incluida mi taza de váter. Pero no podía volver, qué quieren que les diga, como si de repente hubiera recibido estrictas órdenes en contra desde todos mis cromosomas. Bloqueo total.

He ido viendo cada vez menos a Mónica. Las primeras cuatro o cinco noches las pasé en su casa, aunque nunca dejó de quedar implícito que, por la mañana tempranito, yo tenía que largarme, con lo que no me he ahorrado ni un día de pensión. A partir de ahí (supongo que ésa era la duración que ella preveía que iba a tener mi visita) nos hemos comportado como conocidos: si me llamas, bien. Si te llamo yo y quieres, pues también.

No me quejo. Mónica es, como ya vieron, bastante guapa, pero con cierta cualidad plástica (del verbo derivado del petróleo, no de estética) en los rasgos. Por dentro, en cambio, el plástico lo invade todo. Hemos comido tres veces en Vips, otras tres en Wok, otra en Bocatta y otra en Cañas y tapas. Hemos hablado de películas de Woody Allen, de Madrid en general, de su barrio en particular, de Telemadrid, de la M-30, de Microsoft, de sexo y del casino. El palo metido por el culo que me parece tener cuando conozco a alguien y hay que hacer esfuerzos por mantener vivas las conversaciones no me lo he podido sacar en ningún momento estando con ella. Ni siquiera después de follar. Menos que nunca después de follar, porque me invadía una sensación como de estar celebrando con el jefe haber cumplido los objetivos trimestrales. Qué raro, cojones.

Una noche fui a verla al casino. Estaba nervioso perdido, porque me había dicho que, la primera vez que alguien va, los de seguridad se dedican a seguirlo con todas las cámaras ocultas para ver de qué rollo va. Cambié veinte euros en la caja (para ganarme el profundo desprecio de la cajera) y me acerqué a la ruleta sin clientes en la que ella estaba. Con una especie de sonrisa nerviosa en la cara, puse las dos fichas sobre el rojo y dije hola. Me devolvió el buenas noches más glacial que jamás haya oído. Salió rojo y me colocó dos fichas iguales junto a las mías. No toqué nada, volvió a tirar, salió negro, se quedó con las cuatro fichas y yo me fui de allí cagando leches. Luego me explicó que, en principio, está prohibido que en una ruleta jueguen amigos o parientes de los croupiers. Pero ni así.

He paseado mucho. Madrid no está mal, pero hay demasiada gente. Me explico: tocan a muchos menos metros cuadrados de ciudad por habitante, con lo que viven medio apiñados. Esta sensación desaparece en el museo Reina Sofía, en el jardín del templo de Debod y en pocos sitios más, lo que explica que los madrileños parezcan tener cierta pulsión de desemborregamiento que los hace convertirse en fashion victims. O seré yo que soy un pueblerino manchego. Pero bah, lo prefiero a tener que gastarme cientos y cientos de euros en ropita chula para que no me confundan con el resto de borregos que atascan el metro. Por lo demás, he visto a Héctor Alterio por la calle. Ni por asomo parecía el tío guai que parece en las películas: ni compromiso social, ni empatía, ni sabiduría experimentada ni nada de nada se le veía, al pibe. Parecía un borrego.

Por fin, ayer la dueña de la pensión (se llama Margasca y está en una calle que da a la Puerta del Sol, ni se les ocurra ir, háganme caso) me dijo que eso de ir renovando día a día mi estancia en la habitación no le gustaba un pelo, y que fuera agarrando la puerta. Una vez en la calle, mis cromosomas seguían impidiéndome volver a casa, pero mi pereza se ha impuesto ante lo empinado de la tarea de buscarme otra pensión, y he cogido el primer tren para acá. En el vagón restaurante me he bajado tres gintónics y le he puesto un mensaje a Mónica anulando la cita de esta noche.

Con lo que aquí me tienen de vuelta, o qué se creían. Y de ahora en adelante, prometo más poesía y menos prosa. Que ya estoy harto de contenidos. Estamos en mayo y a lo que hay que dedicarse es a la contemplación.

1 comentario:

Pistacho dijo...

Pues sí que hay novedades por ahí.
espero que no la eches de menos...