15.2.11

EGOBOOK


El final de Internet debe de ser la página en que desemboqué hace algunos meses, en la que propietarios de cuentas falsas de facebook charlaban de sus cosas, se hacían unas risas, y se añadían unos a otros como amigos para hacer más creíbles sus perfiles. Intercambiaban fotos. Uno le señalaba a otro la página de una chica de Estonia que tenía sus álbumes abiertos y se la recomendaba para crear una nueva identidad falsa en Estados Unidos. Casi todas estas cuentas eran de chicas jóvenes. Muchas tenían más de mil amigos, en su inmensa mayoría hombres que comentaban cualquier cosa y que de cualquier cosa hacían un trasiego lúbrico. Algunas veces, detrás de todo esto se escondía una operación comercial, y todo consistía en redirigir a la lúbrica manada a un producto o página de pago, pero casi siempre se hacía (se hace) por amor al arte y a las risas. Yo también quise ser uno de ellos, gallardos navegantes de la identidad digital. Abrí una cuenta troll, me bajé todas las fotos de una chica georgiana y las subí a mi nuevo perfil, añadí unas cuantas amigas troll y me dispuse a trolear. En unas pocas semanas tenía quinientos amigos, y entre ellos mis viejos amigos de la facultad, y conocidos varios. Los veo pero ellos no pueden verme. Es decir, ven un espejo. Supongo que examinan mis fotos en biquini tomando el sol en el Mar Negro mientras yo examino las suyas (Boda Fernando y Julia, Septiembre 2010) y el flujo de miradas equilibra la realidad y la ficción como en un sistema de esclusas, como en Panamá.

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