9.4.11

AEROPUERTO INTERIOR


Cuando oigo la palabra "insomnio" visualizo a un padre de familia que debe levantarse a las siete de la mañana, y  por tanto se mete en la cama, con los dientes lavados, a las once menos cuarto de la noche. Lee unas páginas de un pesado libro, u oye radio deportiva con unos auriculares. A continuación apaga todo y cierra los ojos. Los acontecimientos del día, las pequeñas humillaciones, la angustia, el spleen, se agitan en su cabeza, le plantean vagos planes de venganza, o el espíritu de la escalera le sugiere contestaciones perfectas que ya no va a poder emitir. Son más de las doce y la cuota de sueño ya es inalcanzable, lo que aumenta los niveles de ansiedad del hombre, la urgencia de los planes, el movimiento compulsivo del pie. A las dos se levanta y se bebe un vaso de leche caliente, perfectamente asquerosa. No se atreve a volver a la cama, así que enciende la tele y ve un rato de teletienda. Está molido. Vuelta a la cama. Vueltas y vueltas. Ya sabe el horror que le espera en unas horas, el larguísimo día fantasmático si no consigue pegar ojo. Empieza a clarear por la ventana y en su paisaje interior hay ruinas, o mejor dicho naufragios, porque es una escena submarina. Cosas así.

Eso visualizo cuando oigo la palabra "insomnio". Para esto que está pasándome ahora la palabra es otra, quién sabe cuál. De hecho, si no la sé yo en calidad de solipsista entonces nadie. No está escrita en ningún diccionario. Tengo sueño y estoy triste: ambas cosas se apoyan la una en la otra, como naipes, y se mantienen en pie.

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