29.6.11

EXPERIMENTOS CON GASEOSAS

Estas últimas semanas he estado escribiendo poco porque he realizado un pequeño experimento con la bohemia y el malditismo que paso a detallarles. En primer lugar cobré los atrasos del alquiler de un inquilino que me debía muchos meses. En segundo lugar, me compré obras mayores de Grossmann, Hrabal, Foster Wallace, Ramiro Pinilla e Ingeborg Bachmann. En tercer lugar, hice acopio de víveres en casa. Como para el apocalipsis termonuclear, amigos. En cuarto, pergeñé un horario de trabajo: leer durante dieciséis horas al día, comer-ducharme-mear-beber agua durante media, y hacer venir a una puta como colofón de cada jornada, hasta que se me acabase la comida, los libros o el dinero.


No he durado mucho, la verdad. Parece que los libros eran lo primero que se me iba a acabar, pero ya he parado porque, bueno, porque porque sí. Quería demostrar ante todo una cosa: que esa simplificación hasta lo minimalista que todos deseamos para nuestra propia vida no es otra cosa que el infierno si en un momento dado llega a realizarse. El proyecto bohemio definitivo de una parte de los literatos patrios, o sea leer y follar, no se sostiene más de quince días sin riesgo para la salud mental. ¿Qué clase de riesgo? Pues no lo tengo muy claro, pero Tequila, la chica que ha venido casi todas las noches, me daba pistas: ¿Qué es lo que lo tiene tan enojado, my man? Mi cara de mala leche iba en aumento, vaya usted a saber por qué. Por el momento, es uno de los enigmas literarios que menos me interesan.

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