4.8.11

PHOTOSHOP

He pasado TODA la tarde editando la única foto de mi madre que tengo en el ordenador. Ahí le hemos dado duro, mi complejo de Edipo y yo, al Picasa Photo Editor, el Picnik, el Phoenix y el Picresize, durante seis horas (no sabemos Photoshop, ni lo tenemos ya que vamos). El resultado no es el deseado. Queríamos ver a nuestra madre de cuando teníamos ocho años, pero la instantánea fue tomada a nuestros veinticinco. Las fotos reales, las que queríamos ver, están en nuestra casa de nuestra capitalita mittelmanchega, y, como Butch Coolidge en Pulp Fiction, ahí no podemos volver.

En algún momento de la tarde, en medio de la asfixia, la sensación de estar perdiendo soberanamente el tiempo (¿?). En algún otro momento, pero menos frecuente, la sensación de compartir con la humanidad esa sensación de pérdida que los romanos enunciaban dum loquimur, fugerit invida aetas o sic transit gloria mundi o algo así. Como Julian Assange asomándose a una ventana porque hay una ardilla subiéndose a ese árbol. Como Humala tratando de recordar una anécdota de su infancia en Ayacucho, o algo así. Una igualación en la trivialidad que casi me convence de abandonar el solipsismo, fíjate tú. En el río llamado Agosto flotamos todos, solo que de río nada. Lago. Y caliente.

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