11.6.12

UN SUEÑO

Como pueden suponer, los solipsistas del mundo no encontramos mayor diferencia entre la vida despierta y la dormida, e interpretamos los acontecimientos del día del mismo modo en que interpretamos los sueños: como si fueran líneas de nuestras propias manos, o trastos perdidos en cajones de alguna habitación interior. Somos de lo más supersticiosos, los solipsistas, o al menos crédulos ante cosas como el psicoanálisis, la meditación, la dieta de la alcachofa y los beneficios de la masturbación. Luego ponemos en duda que el hombre haya llegado a la Luna, pero ésa es otra historia y ya me estoy liando. A lo que iba.

En el sueño, una mujer muy hermosa, una surfera de la psique con un aspecto a medio camino entre mi novia mendiga y mi novia ladrona (ver anteriores capítulos de este blog), con el pelo corto y un vestido del color de la demencia, se pone delante de mí y me habla. Me dice que recuerde las mañanas de amor que hemos compartido, los desayunos de amor, las guirnaldas. Los paseos con el perro y las compras en el mercado. Las botellas de vino blanco como la convalecencia. El sexo. Los regalos. Todo lo que me gustaba: la ropa interior colgada de la cuerda, las tostadas, sus manos por el pelo, el olor del baño después de que se duchara. Etcétera etcétera. Luego me dice que todo eso ha terminado, que ya nunca más, que me despida, porque ella ya no me quiere, y ha de marcharse. Yo la miro y ya se imaginan que no sé qué decir. No sé quién es esta mujer ni recuerdo absolutamente nada de lo que me está diciendo. Opera esa clásica tabula rasa de los sueños, que nos obliga a incorporarnos a procesos en marcha sin conocer a nadie. Pero oh, cómo desearía recordar algo. Aunque no fuera más que para perderlo en ese momento. La chica se levanta y se va, dejándome sumido en la desesperanza más absoluta. O sea, que se levanta y se va, y yo en ese momento me despierto.

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