4.12.13

UN AÑO CHECO, 5X08

UN SUEÑO


Soñé que era una puta. Era mi primera vez. Me acompañaba una amiga puta que sabía lo que se hacía. Estábamos detrás del Eroski en bragas y sujetador, con un abrigo de baratillo que teníamos que abrir cuando pasaban los coches. Hacía frío pero sobre todo notaba la taquicardia y el temblor de las rodillas y el cuello. Paró un coche ante nosotras (no ante nosotras, unos cuantos metros más adelante, para obligarnos a ir hacia él) y mi amiga habló con el conductor. Volvió y me dijo: quiere que te subas tú. Y me abrazó y añadió: ya verás cómo no es nada del otro mundo. Preciosa. Y me quedé dándole vueltas a ese adjetivo, porque a fin de cuentas todo esto era un sueño y yo seguía siendo yo, aunque de repente tuviese tetas.

El conductor era repulsivo y estereotípico y se parecía un poco a mí. Le olía la boca, estaba mal afeitado, le sobresalía la panza, etcétera. Hola, guapo, ¿vienes cach, empecé a decir, hasta que el pánico me cerró la garganta de repente. El tipo sonrió exactamente como sonreiría alguien a quien el miedo del otro excitase, y arrancó. Llevaba puesto un disco de León Benavente que sonaba muy, muy fuera de lugar. Como yo, de fuera de lugar, más o menos. Salimos a la carretera de Beniaján y yo dejé de intentar sonreír o soltar los comentarios picantes que me había recomendado mi amiga, un poco porque mi órgano fonador no funcionaba y otro poco porque acepté el acuerdo sin palabras que me proponía el calvo con su sonrisa, que consistía básicamente en que no solo no era desagradable, sino que era preferible que yo dejase de intentar reprimir la exteriorización de mi terror. Más tranquilo (es un decir) por ese lado, podía mirar hacia adelante con la boca abierta y envolverme en el abriguillo con todas mis fuerzas mientras el Astra giraba a la derecha por un camino de tierra entre bancales.

Mientras esperábamos tras el Eroski y mi amiga me iba dando consejos que nadie la había pedido, yo pensaba en cómo conseguir aplacar el miedo (y, de paso, también el hecho de que en realidad soy un tío hetero) hasta un nivel que no me impidiese disfrutar del acto. Ahora me hacía gracia haberme planteado eso. El tipo emanaba ese extraño olor de los enfermos hepáticos. A mi amiga le costaría media hora tan solo ponérsela dura. Cada décima de segundo cruzaba mi mente un pensamiento nuevo, algunos muy luminosos, como peces abisales cruzando un momento por delante de la cámara de un batiscafo que clásicamente desciende hacia profundidades récord.

Nos detuvimos. El señor se abrió la bragueta y se sacó el miembro, medio fláccido. Subió la calefacción y se quedó mirándome con delectación morosa.

- Ahora te tienes que quitar el abrigo, niña.

- (...)

- ¿Estás tonta? ¡Que te quites el abrigo, joer! -pero no había urgencia en sus palabras, sino cierta intención lúdica de modular el miedo que me producía, buscando la configuración que más excitación le proporcionase. Me quité el abrigo y empezó a manosearme las tetas. Se me escaparon varios sonidos asémicos, y los dientes me castañeteaban ya sin moderación. Tal era la satisfacción del señor que la ceniza de su cigarrillo caía a discreción sobre su propia ropa. Dedicó una mirada a comprobar la acumulación de esta ceniza sobre sus pantalones y pareció sorprenderse de haber alcanzado una erección completa.

- Ahora me la vas a chupar.

Traté de diferir el momento cogiendo el miembro con la mano, pero el hombre me agarró por la muñeca con fuerza. Más bien con violencia. Antes de soltar, ya sabía que me había dejado marcas profundas. Esta violencia contrastaba con su expresión de deleite: seguramente no lo había hecho por enfado, sino por seguir jugando con mi miedo.

- No. Que me la chupes he dicho.

Me la metí en la boca, pero los nervios seguían impidiéndome controlar los labios para apretar el glande. Notaba el sabor en la lengua de los restos de orina, y los conductos nasales se me llenaron de un olor acre. Me vino una fuerte arcada y noté risas sobre mí. A continuación, el señor me agarró de la coleta con la misma mano con que sujetaba el cigarrillo, con fuerza. Perdí por tanto el control del cuello, y tensé el resto del cuerpo para recolocarme en esa postura sin dañarme las vértebras. La boca me temblaba en torno al pene del hombre. Me di cuenta de que estaba emitiendo sonidos, también.

- Más fuerte. Y no me gusta tener que repetir las cosas.

El pelo me tiraba hacia atrás las cejas y las orejas, y notaba el calor de las cenizas rodando sobre mi cabeza. Me concentré en apretar los labios, pero no podía. El señor debía de estar notando un temblor, una intención de hacer presión que el miedo aflojaba intermitentemente, como un parpadeo. También, supongo, los ruidos de mi glotis. Noté un tirón espantoso y me encontré mirando hacia arriba, aspirando una bocanada extra de aire, en estado de suspensión, a un palmo de la cara del señor. Percibí que se me escapaba la orina y me recorría el muslo. Dije una palabra por fin.

- Perdón.

- Te he dicho que no me gusta tener que repetir las cosas. Te lo he dicho.

- Perdón.

Logré recuperar el control de la musculatura de la boca. El ritmo de la felación lo marcaba el señor, aferrado a mi coleta. Ahora bajaba hasta la base del pene e iba subiendo, aumentando la presión, hasta repasar un poco más lentamente el glande, y bajaba aflojando. Oía sonidos de placer detrás de la cabeza. Notaba señales de dolor provinientes de todo el cuerpo, que se resentía de la tensión sostenida: las caderas, las rodillas, las lumbares, los pechos, que el señor no había dejado de apretarme con la mano derecha todo el tiempo, las cervicales, el cuero cabelludo, los codos, las muñecas (sobre todo la derecha) y la boca. No iba a poder mantener el ejercicio mucho más tiempo, pero trataba de alejar ese pensamiento para que el pánico no volviese a bloquearme los labios. No sé cuánto tiempo más pasó. En un momento dado, el señor me empujó la cabeza hasta abajo del todo e, inmediatamente, eyaculó. Los lenguetazos de semen en la garganta me produjeron una fuerte arcada y el reflejo de retirar la boca, pero tenía la cabeza bloqueada. El hombre gritaba casi. Hacia la última parte del orgasmo me soltó la coleta, pero yo no me retiré inmediatamente, porque no sabía si se esperaba de mí que me quedase envolviendo el pene con la boca hasta el fin. Por fin lo hice, y me desplomé en el asiento derecho, sobre mi propia orina, como si algo hubiese extraído hasta la última unidad de mis fuerzas. El abrigo estaba arrugado a mis pies, pero no conseguía reunir la suficiente energía como para hacer el movimiento.

- Ja ja. Si no tenías que tragártelo. Ay palomica.

Se puso a hacerse un porro. Toda la tremenda tensión del acto cedía en mí, y era sustituida por una intensa sensación de laxitud, de abandono. De retorno al útero, si queréis. Me preguntaba por qué en mi sueño, tan increíblemente detallado, no se sabía el destino que iban a tener los veinte euros que acababa de ganar. Qué necesidades debía atender con ellos. Tal vez la elasticidad del ser tiene un límite incluso en los sueños, y puedo estar en la piel de una puta del Eroski en el momento de comerse una polla pero no en su economía doméstica. Logré coger el abrigo y ponérmelo.

- ¿Es que tienes prisa? ¿No quieres fumar?

- No.

- Yo de ti le daría una calá. Porque pagarte no te pienso pagar.

- ¿No?

- No cojones. Que me has meao tó el coche, guarra de mierda.

Miro hacia adelante mientras se fuma el porro sin saber muy bien si debo salir del coche o la vuelta al punto de partida está incluida en el trato. Está incluida. Arranca y ponemos rumbo a Murcia. Al llegar a la calle, mi amiga no está.

- Hostias que voy a tener que esperarme a que vuelva la Loli pa explicarle lo que ha pasao.

Decido esperar en el coche yo también. Vuelve Loli, a la media hora. El señor sale del coche y habla con ella. Mi amiga se pone a gritarle algo. Acaban. Al reencontrarnos, me abraza. Me dice déjame que te vea lo que te ha hecho. Me dice mira que te he dicho que le cuentes chistes, que te hagas la valiente, que si no se te nota el miedo y te pasan estas cosas. Le digo me voy a mi casa, cariño, que tengo frío.

- Vale, pero una última cosa, aunque no me importe.

- Qué.

- Que nadie se va a creer que esto sea un sueño, Jesús.

- Anda, pijo. La crítica literaria del Babelia me va a dar a mí lecciones de narratología.

- Ponte como quieras. Gilipollas.

Y me desperté.

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