3.7.13

UN AÑO CHECO, 5X01

SEXO

Como ya hemos asumido que no es elegante hablar de nuestra biografía sexual todo el rato, porque ya se sabe que quien presume carece, inventamos personajes. Amigos invisibles con quien nos une una relación infinitamente íntima. Hablamos de sexo a través de ellos: de lo que hemos hecho y de lo que hemos deseado, indistintamente.

Luego tratamos de adivinar qué hay de vivido y qué de imaginado en las historias de los amigos de los demás.

Luego modificamos las historias, para ponerle más difícil a los otros adivinar la parte de la ficción. Cada uno hace esto a su manera.

Jesús, por ejemplo, con sus camisetas de Kukuxumusu y Héroes del Silencio y su calvicie y su sedentaria vida de técnico de reparación de ordenadores, aparece siendo utilizado por grupos de dos o tres chicas, vestidas con bikinis de plástico de colores vivos y guantes sanitarios de látex. Estas dominatrices tan comunes aparecen de súbito en la habitación de nuestro amigo, lo desnudan, lo amordazan, lo obligan a arrodillarse sobre una extraña silla sin apenas respaldo y lo inmovilizan envolviéndolo en film transparente, de uso alimentario. Dejan el pene fuera. A continuación lo masturban entre las tres. Cuando eyacula, se regocijan y ríen, poniendo falsas caras de asco al señalarse gotas de semen sobre la piel. El tipo, que está amordazado, emite ruidos de cerdo al llegar al orgasmo, muy fuertes. Esto provoca hilaridad. No solo entre las dominatrices, también entre nosotros.

Jesús juega a este juego sacándose del plano. Sabemos (al menos algunos de nosotros sabemos) que ha experimentado con prostitutas, pero prefiere mantenerse en una narración compuesta de tópicos del porno japonés.

Paulo es tal vez el más previsible. Sus historias son un muestrario de tópicos iniciáticos de la sexualidad gay. Juega a epatar, a “todo es verdad aunque no os lo podáis creer”. Fisting, orgías, enemas, glory holes, parafilias de sobrepeso y precios del popper.

Y entonces está Olga. Su alter ego es un macho alfa de la especie humana. Ella aparece como amante eventual. El tipo muestra una sinceridad absoluta, una sinceridad de personaje de ficción. Entra a un bar como quiera que entre a los bares un bello y musculado David de 1,90, y allí saluda, bromea, charla, esquiva a antiguas amantes, bebe, baila y, llegados a cierto punto, mira a su alrededor en busca de pareja sexual.

Ya hay algunas candidatas enviándole señales, del tipo bailar con movimientos sexis delante de él como quien no quiere la cosa, mirarlo alternativamente a los ojos y a los labios, plantarse al lado o decirle “anda, moreno, invítame a algo, ¿no?”. Entonces, el álter ego masculino de Olga, a quien a veces de broma hemos llamado Olgo, filtra. ¿Y cómo filtra? Plantea prácticas sexuales levemente humillantes, como eyacular en la cara de la chica, o practicar el coito anal. Lo hace de forma muy directa: “Me voy contigo si me dejas hacerte x”, y a continuación se queda mirando a la chica. A las que dicen sí en el momento las desecha. También, obviamente, a las que dicen no. Se queda con las que dudan, con las que se ponen nerviosas, con las que no están seguras de si podrán aguantarlo con dignidad. Esa reticencia dubitativa, que a veces se resuelve a su favor pero otras veces no, le provoca una erección.

Una vez en su casa suele proponer, además, grabar en vídeo la sesión. Las batallas internas que libran esas chicas consigo mismas antes de responder lo excitan tanto que, a veces, sufre eyaculación precoz. La cámara enfoca ante todo la cara de la mujer. Su porno, que usa luego profusamente, a lo largo de la semana, son los vaivenes emocionales de su one night stand.

¿Quién es Olga, qué es verdad, quién es el protagonista de las historias y qué distancia media entre él y nuestra amiga? Vemos al tipo en la puerta del Musik a las seis de la mañana, diciéndole a una chica que quiere hacerle un pearl necklace y grabarlo en vídeo. La chica pregunta qué cosa es un pearl necklace e intuimos que él ya estaba previendo con placer esta pregunta y la explicación subsiguiente. Ella pone cara de duda, se toca el cuello, mira hacia otro lado. Dice no y sube a un taxi que sale en dirección sur. Sin embargo, antes de llegar al río, se lo piensa otra vez y le ordena al taxista volver a la puerta del bar. La carrera son 3,55 y creemos en esa cifra, en esos tres numeritos rojos en el taxímetro al detenerse junto a la plaza de toros. Ahí está Olga saliendo del vehículo y ahí está el chico fumando todavía y algo va a ocurrir, algo que emerge de la ficción y (al menos a Jesús y a mí) nos acelera un poco el pulso y nos provoca una erección considerable.

A veces me animo y hablo en ese momento. Mis personajes son dos: chico y chica. Son amigos y se desean, pero él es de tipo neurótico y oculta consciente o inconscientemente su deseo, por miedo al rechazo, y las señales que ella envía son demasiado débiles o ambiguas para un introvertido. Piensan el uno en el otro cuando se masturban, y de algún modo consiguen visualizarse exactamente como son cuando no llevan encima ninguna ropa, y adivinan los fetiches reales del otro, y aprenden de sí mismos, y cada vez follan mejor, y esa relación sexual les produce dependencia, e inevitablemente comparan para mal cuando en la vida real se acuestan con otros, y rechazan, y no se hablan, y el asunto se vuelve tóxico, y sufren etcétera.


Las Miralles se limitan a sonreír.

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