UN AÑO CHECO, 5X01
SEXO
Como
ya hemos asumido que no es elegante hablar de nuestra biografía sexual todo el
rato, porque ya se sabe que quien presume carece, inventamos personajes. Amigos
invisibles con quien nos une una relación infinitamente íntima. Hablamos de
sexo a través de ellos: de lo que hemos hecho y de lo que hemos deseado,
indistintamente.
Luego
tratamos de adivinar qué hay de vivido y qué de imaginado en las historias de
los amigos de los demás.
Luego
modificamos las historias, para ponerle más difícil a los otros adivinar la
parte de la ficción. Cada uno hace esto a su manera.
Jesús,
por ejemplo, con sus camisetas de Kukuxumusu y Héroes del Silencio y su
calvicie y su sedentaria vida de técnico de reparación de ordenadores, aparece
siendo utilizado por grupos de dos o
tres chicas, vestidas con bikinis de plástico de colores vivos y guantes sanitarios
de látex. Estas dominatrices tan comunes aparecen de súbito en la habitación de
nuestro amigo, lo desnudan, lo amordazan, lo obligan a arrodillarse sobre una
extraña silla sin apenas respaldo y lo inmovilizan envolviéndolo en film
transparente, de uso alimentario. Dejan el pene fuera. A continuación lo
masturban entre las tres. Cuando eyacula, se regocijan y ríen, poniendo falsas
caras de asco al señalarse gotas de semen sobre la piel. El tipo, que está
amordazado, emite ruidos de cerdo al llegar al orgasmo, muy fuertes. Esto
provoca hilaridad. No solo entre las dominatrices, también entre nosotros.
Jesús
juega a este juego sacándose del plano. Sabemos (al menos algunos de nosotros
sabemos) que ha experimentado con prostitutas, pero prefiere mantenerse en una
narración compuesta de tópicos del porno japonés.
Paulo
es tal vez el más previsible. Sus historias son un muestrario de tópicos
iniciáticos de la sexualidad gay. Juega a epatar, a “todo es verdad aunque no
os lo podáis creer”. Fisting, orgías, enemas, glory holes, parafilias de
sobrepeso y precios del popper.
Y
entonces está Olga. Su alter ego es un macho alfa de la especie humana. Ella
aparece como amante eventual. El tipo muestra una sinceridad absoluta, una
sinceridad de personaje de ficción. Entra a un bar como quiera que entre a los
bares un bello y musculado David de 1,90, y allí saluda, bromea, charla,
esquiva a antiguas amantes, bebe, baila y, llegados a cierto punto, mira a su
alrededor en busca de pareja sexual.
Ya
hay algunas candidatas enviándole señales, del tipo bailar con movimientos
sexis delante de él como quien no quiere la cosa, mirarlo alternativamente a
los ojos y a los labios, plantarse al lado o decirle “anda, moreno, invítame a
algo, ¿no?”. Entonces, el álter ego masculino de Olga, a quien a veces de broma
hemos llamado Olgo, filtra. ¿Y cómo
filtra? Plantea prácticas sexuales levemente humillantes, como eyacular en la
cara de la chica, o practicar el coito anal. Lo hace de forma muy directa: “Me
voy contigo si me dejas hacerte x”, y a continuación se queda mirando a la
chica. A las que dicen sí en el momento las desecha. También, obviamente, a las
que dicen no. Se queda con las que dudan, con las que se ponen nerviosas, con
las que no están seguras de si podrán aguantarlo con dignidad. Esa reticencia
dubitativa, que a veces se resuelve a su favor pero otras veces no, le provoca
una erección.
Una
vez en su casa suele proponer, además, grabar en vídeo la sesión. Las batallas
internas que libran esas chicas consigo mismas antes de responder lo excitan
tanto que, a veces, sufre eyaculación precoz. La cámara enfoca ante todo la
cara de la mujer. Su porno, que usa luego profusamente, a lo largo de la
semana, son los vaivenes emocionales de su one
night stand.
¿Quién
es Olga, qué es verdad, quién es el protagonista de las historias y qué
distancia media entre él y nuestra amiga? Vemos al tipo en la puerta del Musik
a las seis de la mañana, diciéndole a una chica que quiere hacerle un pearl necklace y grabarlo en vídeo. La
chica pregunta qué cosa es un pearl
necklace e intuimos que él ya estaba previendo con placer esta pregunta y
la explicación subsiguiente. Ella pone cara de duda, se toca el cuello, mira
hacia otro lado. Dice no y sube a un taxi que sale en dirección sur. Sin
embargo, antes de llegar al río, se lo piensa otra vez y le ordena al taxista
volver a la puerta del bar. La carrera son 3,55 y creemos en esa cifra, en esos tres numeritos rojos en el taxímetro
al detenerse junto a la plaza de toros. Ahí está Olga saliendo del vehículo y
ahí está el chico fumando todavía y algo va a ocurrir, algo que emerge de la
ficción y (al menos a Jesús y a mí) nos acelera un poco el pulso y nos provoca
una erección considerable.
A
veces me animo y hablo en ese momento. Mis personajes son dos: chico y chica. Son
amigos y se desean, pero él es de tipo neurótico y oculta consciente o
inconscientemente su deseo, por miedo al rechazo, y las señales que ella envía
son demasiado débiles o ambiguas para un introvertido. Piensan el uno en el
otro cuando se masturban, y de algún modo consiguen visualizarse exactamente
como son cuando no llevan encima ninguna ropa, y adivinan los fetiches reales
del otro, y aprenden de sí mismos, y cada vez follan mejor, y esa relación
sexual les produce dependencia, e inevitablemente comparan para mal cuando en
la vida real se acuestan con otros, y rechazan, y no se hablan, y el asunto se
vuelve tóxico, y sufren etcétera.
Las
Miralles se limitan a sonreír.
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