DE DÓNDE HAN SALIDO TODAS ESTAS FOTOS
Una de las cosas que más me irritan de la literatura es el prestigio que de forma explícita o implícita concede a las enfermedades mentales. Como es tarea de los literatos explorar zonas cuanto más desiertas mejor de la mente humana, piensan que la esquizofrenia, la paranoia o la depresión les mostrarían países no hollados, materia prima de primera calidad para sus pajitas mentales en formato novela de mil páginas. Yo, que he pasado por un bache de los de verdad (si es verdad que ya lo he terminado de pasar), me siento insultado con estas gilipolleces, aunque vengan de mis autores favoritos: Bolaño, Vilas, Palahniuk. A otro perro con ese hueso de plástico.
No hay nada más plano, más soso, menos enriquecedor o menos pedagógico que un año de depresión. Recuerdo haberme pasado un mes mirando el teléfono, o mirando por la ventana, o por la mirilla de la puerta, pensando únicamente en el regreso de Adriana, imaginándome con un detalle absoluto su nuevo corte de pelo, la expresión de su cara, las frases con que me pediría perdón, la frialdad crónica de sus manos, etcétera. Considerando con toda la seriedad del mundo la posibilidad de hacer que ocurriera a base de pensarlo, y poniendo en marcha experimentos como hacer fotos por la ventana que tanto miraba hasta que Adri apareciera. Tengo cerca de mil fotos en un cajón y en las mil aparece un callejón vacío mal iluminado por seis farolas. Lo cual es una metáfora perfecta de los resultados literarios de la depresión. Y de todos los otros resultados.
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