21.2.06

LA MORADA DEL MIEDO, ¿NO?

Algo pasa en el piso de al lado. Mis vecinos-inquilinos han dejado de dar señales de vida. El coche está aparcado permanentemente delante del edificio. No hay ningún ruido que traspase como solía el tabique que separa los dos salones. No se les ve entrar ni salir.

Eran una pareja de lo más normal, hasta en lo de retirarme el saludo. Pagaban religiosamente el alquiler (y espero que sigan haciéndolo) mediante transferencias periódicas. El tipo trabaja (¿-ba?) en un banco o algo así, y ella en una tienda Prenatal. Está (¿-ba?) buenísima, además, por dar datos. Reconozco que los espiaba un poquito y, en verano, me ponía malo oyéndolos follar. Follan (¿-ban?) un alto porcentaje de noches por semana, incluso con el embarazo de ella.

Hasta hace un par-tres semanas. Se los ha tragado la tierra. La última vez que los vi acababan de aparcar, y avanzaban hacia la entrada del edificio cargados de bolsas de supermercado (más bien el que cargaba era el tipo, porque ella parecía a punto de explotar), a paso de tortuga. Los saludé, sin obtener respuesta, y con ello me creí exento del deber moral de dejar la puerta abierta para facilitar el paso de mujeres en el octavo mes largo de embarazo y maridos diligentes cargados hasta las cejas.

Me intriga muchísimo lo que está ocurriendo en ese piso. Tengo la teoría de que son un par de psicópatas de la paternidad o algo así y han acumulado provisiones y dinero para no tener que salir de casa hasta que el crío-a tenga seis años. El piso estará totalmente humidificado y climatizado, desinfectado tres veces al día, lleno de sistemas de alarma de llantos, métodos Milton y pañales de todas las tallas. Ellos apenas duermen, se dedican a cuidar a la criatura a full time, han dejado sus trabajos y ahora tienen algo más importante que hacer. Los dos son huérfanos. Se conocieron en terapia. No están bien de la cabeza y tienen un plan para escolarizar a su hijo-a en casa, como los yanquis, para que no se contamine con las lacras de la sociedad y los virus y bacterias de la calle. Da miedo, ¿no?

A mí por lo menos me da un montón de miedo. Sobre todo porque, por no oírse, no se oye ni un puto llanto.

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