MOLLY RINGWALD, MARISA MONTE Y UN BLOGUERO GILIPOLLAS
Vaya cosa más curiosa que me ocurre: leo un post apocalíptico en un blog terriblemente malo (no pongo el enlace porque luego se entera vía Technorati y me insulta, fijo) que habla de las relaciones enfermizas del autor con la sociedad que le rodea. Me da por reírme, con eso de las relaciones enfermizas. El tío habla de suicidio y ya es que me descojono vivo. Saltos de azotea, a mí. Cortes de vena, a mí. Permíteme que me ría.
A continuación, me pongo una peli que me tengo bajada de la mula: El club de los cinco, con Molly Ringwald (de quien yo estaba enamorado cuando tenía trece años, fíjense qué gilipollas), y a los cinco minutos estoy llorando. Llorando, yo. Pero no una lagrimita de las que suelen caer en la arena, no, un llanto con mocos y toda la pesca, de ésos que ni ves, ni puedes respirar, y te pones rojo y tal.
(la gachí en cuestión, para que me la valoren)Quito la peli, me calmo (y de paso a la perra, que viene a chuparme, la bendita, de verme en tal trance), me hago un peta y me pongo, para que todo sea perfecto, el disco éste nuevo de Marisa Monte, Universo Ao Meu Redor. Y me vuelve a entrar el ataque.
Si seré gilipollas. Cómo se me ocurre. Esa peli y ese disco son el equivalente a ponerle a un tío que acaba de dejar de fumar cuatrocientos mecheros en la mesa, o Trainspotting a uno del Proyecto Hombre o ponerle a un gordopilo un delicioso McShit humeante delante de las narices y decirle: huele bien, ¿eh? ¡Pues pa tu boca no es! Es decir, hundirlos a todos ellos.
Es decir, hundirme yo mismo en la miseria, gratuitamente y a lo tonto.
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