4.4.06

PASEOS Y PASEOS

Hará cosa de un año presencié por primera vez esta escena bolañiana: a las afueras de mi ciudad hay una cárcel a la que se llega girando por una carretera y entrando por un camino rural de dos o tres kilómetros. En la intersección hay una parada de autobús, y allí se dirigen, caminando, algunos presos cuando los dejan marchar. Sólo los más solitarios, claro, los que no tienen a nadie para que los recoja. Normalmente (3 de 3) extranjeros.

Al primero lo vi por casualidad, dando vueltas con la moto, porque ni siquiera sabía que la cárcel estuviera allí. Cargando con una mochilita plateada, con zapatillas y vaqueros ajustados y una camisa de flores.

Al segundo y al tercero los he buscado: paso bastante por allí cuando me da por errar en moto por la Mancha. Hoy el último, con pinta de marine yanqui, con un plumas puesto bajo el lorenzo de la una de la tarde, dando su paseíllo de tres kilómetros hasta la parada del autobús, muy serio.

Y esa imagen, otra vez, me llena de paz. Y pienso que, aunque me pasara veinte años dando paseos, jamás me daría ninguno como ése.

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