2.8.06

LA FAMILIA Y UNO MÁS

Como todos los años, llega el momento en que mis inquilinos argelinos se van a su país: aparcan su monovolumen en la puerta de casa a las cinco de la mañana y se aplican en llenarlo entre los seis. Debe de ser una operación complicadísima, porque aún no han acabado. Los gritos empezaron hace cosa así de una hora, a raíz (supongo) del intento fallido de acomodar en el interior del atestado vehículo la inmensa alfombra peluda (pagada por mí hace un par de años) que tienen en el salón.

No es que los ruidos me importen (esta noche la he pasado en blanco), pero el espionaje de toda la operación me está poniendo nerviosísimo. ¿Por qué no arrancan de una puta vez? ¿Qué utilidad le van a dar a una máquina de coser de veinte kilos en el lejano pueblo desértico del que proceden? ¿Cuántas de las cuatro mujeres se llaman Fátima? ¿Acaso cinco? Y ya que estamos hablando de mujeres, ¿quién dijo que las mujeres son sumisas en las culturas islámicas? Porque a éstas no les da órdenes ni Mahoma que baje a decirles cómo encajar las maletas.

Luego los echaré de menos. Contradiciendo lo que viene hoy en el 20Minutos, todos mis inquilinos veranean. Se queda esto que parece un panteón. Nadie a quien espiar hasta septiembre.

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