31.10.06

CRÓNICA MURCIANA

Ha vuelto a ocurrir. Otro fin de semana echado a los perros, persiguiendo a una chica para llevármela al (nunca mejor dicho) catre. Esta vez en Murcia, no en la playa sino en la ciudad de Murcia, evidentemente tras una murciana a quien vamos a llamar Laura.

No tenía que haber ido. Ella no me invitó, ni a su ciudad ni a su cama. El jueves por la tarde, mientras chateaba con ella, tuve una crisis, un episodio de angustia o de ansiedad o de pánico o como lo quieran ustedes llamar. No muy fuerte pero ahí, una sensación tipo si paso un minuto más aquí encerrado pegado a esta puta pantalla metido en esta puta habitación reviento. No sabía dónde meterme. No le conté por supuesto nada de esto a ella. En ese momento estaba largando sobre su ciudad y no sé qué centros comerciales. Dije me encantaría ir. Dijo cuando quieras. Dije salgo para allá.

Esto, como ya vimos, es lo último que uno debe hacer cuando uno está ligando en los chats. Meta usted prisa a su dama, muéstrese ansioso por quitarle la ropa y verá qué pronto se halla hablándole a la pared desnuda de las conversaciones privadas. Sin embargo, y no sé gracias a qué ni con qué nivel de incomodidad, Laura me dijo que vale, que genial. Pero no estábamos en esa fase aún, desde luego.

Aún peor lo que pasó dos horas después. Con la residencia canina ya reservada, miro a Nina, Nina me mira a mí y entiendo que no puedo dejarla tirada otra vez. Llamo a Laura y le digo que voy con mi perra. Colgado doble. Tampoco sé cómo llevármela. Hablo con Renfe, salgo pitando a comprar un transportín y drogas para mi perrita y cojo el último tren en el último minuto, hazaña que puede sonar estupendamente pero que supone un trabajo y un agobio contraindicadísimos para mi pereza. Nina se pasa el viaje echando la pota. Los primeros viajes pueden ser maravillosos o una puta mierda. Para la pobre es la opción be.

Laura no está mal. Es bastante guapa, un poco espárrago para mi gusto pero bueno. Un leve pero molesto coqueteo con el hippismo de mercadillo, no sólo en su atuendo sino en su vocabulario, en su visión del mundo, en su ética y en su estética. Pero leve, oigan. No lleva cintas de Pablo Milanés en el coche, sino los Cardigans. Le explico el nombre de mi perra (que no se llama vomitona, después de todo). Bien. Bajo la ventanilla. Es muy tarde, pero me da el aire fresco en la cara, estoy riéndome con una chica guapa en su coche y mi perrita, recién e improvisadamente duchada de su (mal) viaje, ha dejado de llorar en el asiento de atrás. Suena Don't Blame Your Daughter. Todo es genial, ¿no?

No crean. El problema de Laura son (horrible sintagma) los tíos. Le gustan demasiado (aún peor) los cabrones que pasan de ella. Le han hecho mucho daño muchas veces, la última hace cosa de un mes. Cuando se lía con uno, ignora escrupulosamente el resto del mundo, con lo que se ha quedado sin amigos, exceptuando un par de tipos de los que también se ha desengañado, porque lo que buscan en realidad (de esto se enteró la semana pasada) es follársela. Suplico mentalmente que me coloque en la categoría a y pido para cenar una cerveza grande y lo que me va recomendando Laura de las especialidades locales. El camarero quiere matarnos lentamente. Yo quiero hacerle el amor a Laura, lenta o rápidamente o como sea. Laura no se sabe lo que quiere, aparte de hablar y hablar, claro, y hacer como que cena. Anoto mentalmente: a/ es muy raro que esta tía me esté abriendo su corazón de esta manera, mala señal, Mastronardi, mala señal, y b/ qué poca gracia me hace la gente que finge que come. Bueno. Tampoco soy yo ninguna perlica.

Se ha creado una curiosa indefinición con el tema dónde voy a dormir. Laura no sabe si su compañera de piso estará esta noche en casa, lo cual deja abiertas mis opciones de dormir en la solitaria cama de matrimonio de su amiga, en el sofá, o en la cama de Laura. Volvemos a su casa y nos encontramos a su amiga, visiblemente cabreada por la presencia de Nina (la puta perra tuerta, como la apoda), con su pareja. Su pareja es un gilipollas, para qué seguir describiendo. Agarramos una botella de ginebra Sheriton's, una tónica familiar y dos vasos (nada de limón ni de hielo, Laura es así de corajuda), y a Nina, y nos metemos en la habitación. Bien, Mastronardi, bien.

Seguimos hablando y yo saco un pequeño alijo de polen de la mochila. Procedemos a consumir todo esto y a repasar la extensa biografía sentimental de esta chica. Mal, Mastronardi, mal. Se oye a la amiga follando con el gilipollas. Supermal, Mastronardi, supermal.

- ¿Y tú qué, tío, qué es lo que falla contigo?

Empiezo a contarle, medio en broma, cosas de Adri. Que me dejó hace ya mucho tiempo. No le menciono por supuesto lo de la primi. Que me deprimí cuando pasó. Que empecé a hacer tonterías. La hostia en moto. Los psicólogos. Estoy fumando compulsivamente ya a estas alturas, claro. Lo de mis padres. Las semanas que paso sin hablar. El celibato. Las visitas a chicas del chat. Los días en la cama. En un momento dado veo a través del espeso humo que Laura está llorando. Me pongo a llorar yo también ipso facto y no me acuerdo de mucho más.

A la mañana siguiente me despierto tardísimo y Laura sigue durmiendo a mi lado. Nina está lloriqueando (lleva quince horas sin hacer pipí) y en la habitación entra el sol a pajera abierta. Ya no recordaba que estas resacas eran posibles y apenas puedo moverme, pero me levanto, me visto como puedo, salgo de la habitación, ignoro a la compañera de piso intolerante y saco a mi perrita a la calle.

Son las dos de la tarde y hace un calor como de agosto. Me martillean las sienes, del dolor de cabeza. Tengo ganas de vomitar. Sin embargo, es una de las mejores mañanas (es un decir) de mi vida. No he follado ni estoy enamorado ni nada de eso. No sé lo que es. No se lo voy a contar a Laura, por supuesto, pero está ahí. Me siento en un banco de un parque y Nina salta a mi lado. El largo abrazo que le doy, lleno de baba, olor a tierra, a orín y a pelo de animal, la sensación de la lengua de la perra y el tacto áspero de su cuerpo y lo mucho, muchísimo que la quiero, es difícil de describir y no voy a intentarlo más.

Luego vuelvo al piso. Despachamos todo el asunto con un cómodo hostias, qué ciego anoche, ¿no? Comemos ensalada murciana y yo me río, y ella me pregunta que de qué me río y yo le contesto que de nada, que me tiene que dar la receta, para ponerla en Internet. Y es:

Ensalada murciana de atún

Ingredientes para 4 raciones:

  • 1 bote grande de tomates en conserva enteros
  • 3 latas de atún en aceite
  • 2 cebolla tiernas
  • 3 huevos duros
  • 1 bote de aceitunas negras
  • aceite de oliva, vinagre y sal

Elaboración:

Aunque para esta receta lo usual es utilizar tomates en conserva, también se puede realizar con tomates naturales maduros (pero duros).

Receta: mezclar en un bol los tomates pelados, despepitados y cortados en daditos muy pequeños, con las cebollas tienras cordadas en discos finos, el atún a desmenuzado, los huevos duros cortados en trocitos pequeños y las aceitunas negras.

Aliñar con el aceite y la sal y remover.

Es aconsejable servir esta ensalada más bien fría, acompañada de tostas de pan.


Luego nos vamos a dormir la siesta en su cama y nos besamos un poco y yo me pongo a desabrocharle el pantalón de chándal y ella me dice que tranqui, que no está segura, que a dormir. En ese momento sé que no voy a follar en todo el fin de semana. Decido dejarme llevar. La bendición de esta mañana no va a repetirse, pero me encuentro estupendamente bien cuando me agarra el sueño.

Y eso es todo, para qué extenderme. Laura es una especie de superfan de su ciudad y me ha llevado a todas partes tres o cuatro veces, para que vea lo bonita que es. En realidad Murcia es una abominación, casi tan fea como mi metrópoli manchega, pero para qué decírselo a ella. Me he reído bastante, he andado con Nina por todas partes, he bebido muchísima ginebra en un bar llamado El Ahorcado Feliz, el favorito de Laura, y bueno, no he perdido pertenencias personales valoradas en cientos de euros, como aquella vez.

Ayer por la tarde, al despedirnos en la estación, se pone a besarme como una loca y me dice nos vemos pronto, ¿no? Le digo claro y me doy la vuelta, como haciéndome el chulo pero quién sabe, igual soy así de gilipollas y no me estoy haciendo nada, sino que creo que me estoy haciendo lo que soy en realidad. Pero no es lo mismo, como dicen los bebedores de DYC y Alejandro Sanz.


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