5.11.07

RITUALES A LAS CUATRO DE LA TARDE

Imaginen que han decidido quitarse de enmedio. Cofidis se les está echando encima, o el Atleti no remonta, o han firmado un contrato de martirio fundamentalista por ahí, da igual, el motivo no viene al caso. Imaginen que han decidido quitarse de enmedio y llevan ocho kilos de dinamita pegados al cuerpo, y empieza a hacer calor.

¿Se hacen una idea de cómo sería su mirada en esas circunstancias? ¿De hasta qué punto se lanzarían sobre todas y cada una de las pocas imágenes que se les fueran plantando por delante? ¿El último árbol, el último culo, la última bicicleta? Identifico esa avidez con el amor, y a pesar de la muerte y la dinamita que salpican mi fábula, la teoría es básicamente optimista: no importa en qué medida seamos un saco de mierda capaz de inmolarse por no sé qué jihad, es raro que un ser humano no reverencie por lo menos esa última cara del mundo, el último color del cielo o el rostro de la última mujer.

A esta hora de perfecto silencio en que me tumbo en el sofá a esperar el sueño, con mi perrita echada a mis pies y el té en el estómago y el pescado vendido, invoco imágenes de Adri y trato de mirarlas por última vez (porque ya está bien, niña). Trato de despedirme con un beso. Y es el sucedáneo de un sucedáneo. Y así, contando sucedáneos mientras saltan la valla, me duermo hasta las ocho.

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