13.1.08

UNA PARETA

Hace sol y frío. Aunque un señor facultativo, que es a la vez un perfecto majadero y un perfecto pijoflauta (término que, por si no lo conocían, aplico al engendro resultante de la evolución de un perroflauta hacia el éxito económico y social, un ser sobrecargado de opiniones y vestido con carísima ropa de estilo ibicenco), me lo ha desaconsejado, hoy me he dedicado a visionar películas extraídas de mi memoria, en concreto de las también felices épocas pre-Adriana, del instituto y la facultad. En busca, obviamente, de chicas. Pero no de aquéllas con las que me acosté y me peleé y acompañé al cine y me hicieron pelota, sino de las otras, las que me dediqué a observar con el rabillo del ojo, y no pasó nada, y no he vuelto a ver desde hace mil años.

Seguramente es el momento adecuado, porque, aunque odio estas celebraciones y para mí tiene mucha más sustancia el aniversario de este blog (que coincide, recuerden, con el cumpleaños de aquel gilipollas que me hizo empezar a bloguear) que el mío propio, acabo de cumplir treinta años, y ya soy igual que los personajes de ese libro de Ingeborg Bachmann que da tanto miedo, Al cumplir los treinta años, y es típico del paso de este paralelo hacer algún tipo de balance o inventario, aunque no sea más que para descubrir que no quedan limones en las bodegas, y que en el Océano Índico en calma que tenemos delante nos espera con toda seguridad el escorbuto y la pérdida de los dientes y tal.

Recuerdo, como decía, a chicas de mi instituto o a otras que conocí durante la carrera que me gustaban mucho, y a las que yo también les gustaba, pero con quienes por algún motivo la cosa no devino en intercambio de fluidos y mojo cardíaco en ningún piso prestado. Recuerdo tardes de verano y litros de cerveza y marihuana de la de mi amigo Valverde, en compañía de chicas luminosas que ahora son aún más luminosas en mi memoria, y no haber hecho nada, no haberme ni acercado al filo de ese gesto / que prefigura un beso, como dice el colgado de Benítez Ariza. Haber optado por la nada de un modo, ahora lo veo, premeditado e inconsciente al mismo tiempo, aunque la combinación suene rara. Pero es así.

¿Por qué opté por quedarme quieto, no añadir una ración de besos y de flores y de vida a una casilla que estaba evidentemente vacía? ¿Qué hay de esos períodos en blanco de los que no puedo rescatar ni una maldita circunstancia a estas alturas? Hoy he descubierto que en realidad sí que añadí algo. Clásicamente un ladrillo.

Entiéndanme: he aquí una pareta de ladrillos. Del otro lado está el campo y las florecitas y tal, pero por aquí lo que se ve es una pareta rojiza sin hollar, el paraíso de un grafitero, el soporte perfecto para la puta literatura.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Si cumple cuando postea, mi mamá cumplía cuando usted. Creí que le gustaría saberlo.