4.8.08

CREE

Ya me vale. He escrito una pieza de ficción y he decidido colgarla aquí para autoescarnio público y tal. Aparecen todas mis obsesiones: la incomunicación del ser humano en el mundo moderno, el pressing catch y la invasión de ultracuerpos solo reconocibles por portar iPods. Bueno, no todas: por ejemplo el Mercadona no sale. Ni mi novia. Bueno, mi novia sí sale un poco al principio. Bueno. Nada -ni siquiera la vergüenza- detiene a los solipsistas del mundo. Pronúnciese /kri:/:

CREE

Me gusta que estés a/ borracha y b/ viendo Memorias de África porque eso me permite tratar de contarte una historia sin estar absolutamente seguro de si voy a ser capaz. Son imágenes y sensaciones que acaban de formarse en mi cabeza y ni siquiera voy a tomarme el trabajo previo de ordenarlas o evaluarlas, porque son poderosas, como pocas veces, y me obligan a sacarlas afuera. Tú sigue con tu vodka Eristoff y con tu Robert Redford. Hace muchísimo calor.

Veamos. Ahí estoy yo subiéndome a un autobús. Llevo una maleta poco pesada. Es importante que sea poco pesada porque yo estoy pensando que debería pesar mucho más, y su poco peso me insulta, medio me humilla: no me humilla del todo porque nadie se da cuenta. Sólo yo. A solas con mi metáfora del peso de las maletas.

Estoy a punto de volver a casa, en la Provincia, con el rabo entre las piernas. Tengo veintiséis años y he pasado menos de uno en la Capital. No los recuerdo muy bien pero he tenido todo tipo de problemas: económicos, emocionales e incluso mentales. Conociéndome, debieron de ser realmente graves si me hicieron superar la vergüenza de volver, con mis padres, mi hermano pequeño, mi gato. A la vista de todos mis antiguos conocidos, humillado, esta vez sí, del todo.

Me subo al autobús y abro un libro de Douglas Coupland que ya he leído tres veces. Seguramente como última esperanza de diferenciarme del resto de viajeros, algo así como: vale, sí, me dirijo a la Provincia y llevo una maleta poco pesada, pero volveré a la Capital porque no soy como vosotros, o algo así. Lo abro pero no conecto una frase con otra. Probablemente me he drogado.

Delante de mí hay dos chicos más jóvenes que yo charlando en voz alta. Espío su conversación; de hecho, no puedo dejar de hacerlo. Al principio no entiendo nada pero pronto descubro que son periodistas, enviados especiales de una revista de lucha libre que van a cubrir una pelea menor en la Provincia. Su condescendencia es palpable. No han reparado en que estoy leyendo a Coupland. Su condescendencia es una sustancia, parecida al ectoplasma, que inunda la atmósfera del autobús. Y es de color rojo. Por tanto, lo veo todo rojo.

El Minero de Mierda va a enfrentarse al Negro Rivas, al parecer. Ambos atraviesan con premura la curva descendente con que acaba la carrera de todos los luchadores de pressing catch.

A mi lado hay una puta colombiana que acaba de pagar su deuda con la red que la trajo al País, y se dirige a la Provincia a trabajar, ya como profesional independiente, en un club de alto standing. Estos clubes de alto standing abundan en la Provincia, para mi sorpresa. Atravesamos la Llanura Central, en la que no hay nada. Unos turistas varios asientos más atrás dicen en voz muy alta It looks underdeveloped. Cada vez lo veo todo más rojo.

En algún momento del viaje escribo en el margen del libro, con un lápiz muy desafilado: ¿Y qué va a pasar ahora? Nada, porque volviendo atrás se desactiva la opción de que pase nada.

Me encontré con esa nota ayer, releyendo no sé por qué la novela de Coupland. Y bueno, ya te habré contado muchas veces que tiendo a caerme por agujeros de gusano en el espaciotiempo, que basta una canción, o un poema, o un perfume para hacerme perder pie, y de repente me vi a mí mismo hace todos estos años, sentado en el autobús al lado de la adorable puta colombiana, con la cabeza agachada en dirección al libro, viendo rojo. Me ha llamado mucho la atención la absoluta falta de ironía con que me tomaba todo aquello, seguramente estaba más drogado de lo que pensaba, eso no puedo saberlo.

Pensaba, buscaba pequeños trucos mentales que me ayudasen a tragar la humillación de volver. No todo el tiempo, claro, la mayoría del tiempo lo pasé autocompadeciéndome, pero también convoqué algo de mitología aplicada, pensé sobre todo en películas: aquélla tan tonta de Garden State, todas las de Kevin Smith, la de Mifune, etcétera. Es un motivo muy utilizado tanto en el cine de Hollywood como en la literatura de autoayuda {oxímoron}: antihéroe vuelve derrotado a su lugar de origen, vence su aprensión inicial y rehace su vida, encuentra el true love etc. Todo ello parece decirnos que no es necesario intentar hacer nada con nuestra vida, y probablemente algún ejecutivo de Hollywood (y de la literatura de autoayuda {oxímoron}) habrá decidido que los fracasados y los vagos constituyen un target magnífico para vender multicine, generando mitología en consecuencia.

O tal vez el antihéroe derrotado de vuelta en casa (el reverso exacto de Ulises) sea en realidad un topos izquierdista que exalta las virtudes de la aurea mediocritas para contraponerla a las ambiciones capitalistas. Me cuadra que tanto Zach Braff como Kevin Smith y Søren Kragh-Jacobsen sean pijoflautas semiizquierdistas de medio pelo capaces de vindicar inconscientemente esta forma de derrota y de pereza. De la que por otra parte, viendo que han llegado a dirigir cine, no tienen ni puta idea.

Pero nada de esto pensaba entonces, evidentemente. Nada de ironía contextualizadora. Ahí estaba yo aferrándome al pequeño pathos del retorno feliz recogido en películas como ésas. Con el pelo largo. Viendo rojo. Fingiendo leer a Coupland. Con un cuadro clínico. En números rojos. Más de un año sin follar. Y preocupado no por estas cosas, sino por la posible humillación del regreso sin gloria. Sinceramente, tío, no te reconozco.

No lees los periódicos, no tienes ni idea de Internet (porque no puedes pagártela), no has hecho amigos en la Capital, al margen de los cerebrofritos de tus compañeros de trabajo, ni sales a otra parte que a los pisos de esta gente, a drogarte y ver vídeos de dragon bol. Ave maría purísima, no eres amigo de la gente moderna en realidad. Y justo entonces la puta colombiana se saca un iPod vídeo del bolso, y dejas de ver rojo para ver blanco, todo blanco, y ya no recuerdas –ya no recuerdo- nada del resto del viaje, hasta que llego a casa.

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Inspirado en los microrrelatos de este tío.

1 comentario:

Unknown dijo...

yo ahora estoy leyendo x generation de coupland en inglés, lo compré en london (detalle burgués) y no entiendo una mierda pero como me han retirado el carnet de conducir un mes por ir borracho me hago el intelectual pasando las páginas. Nadie repara en ello y no he tenido la suerte de encontrarme con ninguna colombiana putilla. Me encanta tu blog. te leo...