26.5.11

FINAL M FANTASY


Pensar en suicidarse es chachi, y me ha costado un montón de horas dar con ese adjetivo. Pensar en suicidarse es el recurso de las personas más cool de la tierra, aquéllas a las que les importa tres leches que el cielo se caiga sobre sus cabezas o que un parásito intestinal sufra un ataque de claustrofobia y simplemente tenga que salir. ¿Los y las supermodelos? Conforme tú las ves ahí hipernaturales están pensando en la sensación de abrirse las venas con un cúter oxidado. Es cierto que sufren terribles desórdenes alimentarios, que guardan una colección de bolsas llenas de vómito debajo de la cama del hotel, que son adictas a la cocaína y que no pueden desvincularse de ese novio parafílico que las trata como carne. Pero ché, y lo mona que salgo pensando en la muerte. Yo también lo hago. No es que a mí nadie me haga foto alguna, por supuesto, pero suelo ponerme en modo suicidio violento cuando salgo a pasear por la calle. No me extrañaría haber conquistado a alguna sureña ingenua con mi look mortal, por el camino.

Yo no voy a suicidarme, eso lo tengo claro. Demasiada pereza, demasiada pusilanimidad para tirarme de una torre. Me causa rechazo el ataque de nervios que te tiene que dar, en los momentos previos. A mí me gustaría suicidarme sin enterarme de que lo estoy haciendo. Y sin prisas, tampoco. Sin saber cuándo va a ocurrir. Visualizo mi suicidio-sin-enterarme y siempre me veo guapetón, tranquilo, feliz, triunfador. Provoco miradas de admiración incluso cuando apenas se ven de mí los tobillos y los pies, porque me he caído a un camión de basura. Se me escapa una sonrisa de medio lado con estas fantasías, y seguramente es esto lo que enloquece de amor a las chicas que me cruzo por la acera. A las que no hago ningún caso, porque es que, oiga, donde se ponga la muerte.

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