14.12.11

SILENCIO DE PESCADOR


Últimamente no paro de leer comentarios por todas partes que tratan de demostrar la inutilidad, la fugacidad, la intrascendencia y la volatilidad del discurso interior de cada cual. Para los solipsistas del mundo, y también para los blogueros, y no digamos ya para los solipsistas blogueros del mundo que de todo hay, esto es obviamente una herejía. Pero una herejía que ha merecido la pena investigar esta mañana, cuando mi código genético ha tirado de mí en dirección a la calle y he abandonado río arriba la horrible ciudad en que vivo por un sendero de tierra. El sol. El silencio. Destellos dorados sobre el río, entre las cañas. Un pescador ucraniano de cincuenta años: tesorero de los secretos del universo sin duda, pero para qué preguntarle nada, si no hablará. Saca un barbo, le quita el anzuelo y lo vuelve a tirar, sonriendo. La sombra del barbo desapareciendo al hundirse en el agua verde. Y yo río arriba, doce kilómetros más. En silencio. Sin deseo. Durante tanto rato que, al volver, mi propia voz interior me ha sobresaltado. Como alguien con quien no quieres estar, que se presenta de golpe, para quedarse. Como un apéndice clásicamente con tendencia a infectarse. Clásicamente inútil.

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