5.6.12

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Me las doy de solipsista, de ermitaño, de misántropo existencialista de la periferia peninsular, pero no es para tanto. O sea, que en general sí, pero con excepciones. La bella farlopera psicótica con quien he tenido sexo ya dos veces este año (y me ha faltado tiempo para contárselo a todos ustedes con pelos y señales, por supuesto), por ejemplo. O este señor de mi escalera con quien hablo varias veces a la semana. He puesto el verbo en cursiva porque en realidad es él quien habla todo el rato, pero da igual. Desde fuera y con el volumen apagado, la cosa puede pasar por una conversación perfectamente. El señor tendrá unos setenta años y se conserva más o menos bien. Nunca se permite dar la brasa más de quince minutos. Me gusta cómo une, sin transición alguna, lo banal con lo abstracto, lo escatológico con lo sentimental. Solo habla de gente muerta. Suele empezar tenía yo un amigo, que se murió hace ya muchos años, que siempre que tomaba coñac bla bla blá bla bla blá. O de sí mismo, de sus dolencias, de su falta de memoria, de su lentitud. Son sus dos únicos temas y lleva ya muchos años cambiando de uno a otro, sin transición. Tal vez le gustaría unirlos. O no. Eso no lo sé. Lo que sé es que lo intenta.

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