4.6.12

C

Como para demostrar definitivamente que el universo es un show para uno (y sin el como, también), ayer por la tarde me encuentro con una chica de mi barrio vestida con la camiseta de la asociación de ocio de que les hablé el otro día. Me suena, la chica. Siempre va de la mano con una niña de unos seis años, su hija, que sufre una forma leve de parálisis cerebral. Hay una tercera persona, una amiga de la chica A a quien denominaré chica B. Esperan el autobús. Me quedo yo también esperándolo, para espiar y documentarme. Como es domingo, el autobús tarda. Hace un calor absolutamente intolerable que sin embargo tolero.

En el tiempo de espera, y después, porque me subo al bus con ellas y las acompaño desde un asiento cercano, me entero de los rasgos fundamentales de la vida de la chica A, quien por cierto está apuntada para el viaje a Mojácar. Poco después de tener a la niña, se separó. Su marido se fue con una amante. Durante unos seis meses el tipo estuvo desaparecido, con lo que el trámite de divorcio no pudo comenzar y A., que no disponía de ningún ingreso, tuvo que dejar el piso de alquiler en que vivía y volver con su madre, quien también tuvo que hacerse cargo de pagar las terapias que necesitaba la niña. Datos desordenados, cosas que iban recordando A. y B. se iban colocando como piezas de puzzle. En la actualidad, el ex de A. no paga la manutención con regularidad, pero entre ellos han llegado a un acuerdo y al menos se encarga de la niña un par de fines de semana al mes. A. se encuentra mejor ahora, y ha decidido entrar en la asociación para intentar rehacer su vida, conocer a un chico, aunque la cosa está muy difícil, con la nena y tó y los hombres ya sabes tú que no quieren follones. Lo último que les escucho, mientras bajan del bus, es nena y tú me ves de vieja viviendo con treinta gatos? B. se ríe un poco más fuerte de lo que sería normal.

Así que he decidido cancelar mi plan de infiltración y sabotaje. ¿Por qué? Pues por lo mismo que la posmodernidad terminó cuando cayeron las torres de Manhattan. Por vergüenza torera.

Como plan B C, he decidido pasar el verano escribiendo agradables relatos, evanescentes y simbólicos, como éste:

HEAVY NUTS

¿Esto que hago? Empecé a hacerlo hace muchos años, en el instituto. Un día me acerqué a una chica de mi clase y le dije Noelia, esto es para ti, y le puse en la mano el papel, doblado en ocho, pesado y un poco húmedo (por el sudor de mis palmas), lleno de tinta corrida. Entonces estaba de moda el papel reciclado, pero la tecnología aún no era muy avanzada que digamos, y los folios más bien parecían cartones finos, marrones y grisáceos.

 El texto no lo recuerdo muy bien, porque, como digo, yo doy los poemas, es decir, no guardo copia alguna. La chica tenía el pelo largo y rubio y yo hablaba de eso y de un río dorado como la orina y de la posibilidad de parar el tiempo para sumergirse en él y no sé de qué más.

 Luego vino lo que os podéis imaginar: las bromas a mis espaldas, los malentendidos, las risitas. La chica no era ni guapa ni fea ni estaba yo enamorado de ella. Yo era uno de esos adolescentes que visten de negro o no se sabe de qué visten, y obviamente solo estaba enamorado de mi propia e irreducible tormenta interior. Leía a Beckett, a Kafka, a Sartre y a Cioran y trataba sin conseguirlo de pasar un día entero sin hablar. Pasar desapercibido o no me daba exactamente igual, pero ser el centro por una semana de la banalidad de mis compañeros me divirtió de una forma más bien desquiciada. Supongo que esa semana determinó que habría de quedarme haciendo esto que hago para siempre. Pero nunca ha sido tan divertido. Oh, pobre Noelia.

 Después vinieron otras entregas. En la universidad, con mi primera amante, otra chica vestida de negro o de no se sabe qué y lectora de Beckett como yo con quien tratábamos de pasar días enteros sin hablar, con notable éxito. Esa vez, para imitar la sensación sudorosa del poema en mi mano, arrugué el papel y lo tuve agarrado toda la mañana. ¿De qué hablaba? Creo que de sexo. De una niña que se perdía en un pantano y al salir por el extremo opuesto se veía envuelta en un cuerpo de adulta y cada vez que encontraba un amante, al ir a quitarse la ropa, le asaltaban dudas y deseos de volver al pantano. Madre mía, creo que hasta salía la Cosa del Pantano y todo. Nunca volví a ver a mi amada: la diversión estuvo en las noticias que desde entonces recibí de ella.

 Siempre escribo poemas y siempre se los doy a alguien que amo y siempre hago zozobrar sus vidas después de dárselos. Mi amigo Pedro dejó de drogarse. Mi primera mujer se entregó a la venta de cosméticos a domicilio. Pero por dentro no tenían sino un derribo, cascotes. Ahora preparo un poema para mí, el último. ¿Qué pasará cuando lo lea, cuando me lo dirija? ¿Me iré con Noelia y Ala de Cuervo al país de los que perdieron la pelea contra el poema? Visualizo todo eso como estar haciendo espeleología y que la montaña se caiga sobre ti. Por un golpe increíble de suerte, no te mata, pero te inmoviliza. El frontal se va quedando sin pilas y a ti te pica horriblemente el pie izquierdo, pero ni soñar con rascártelo. No puedes mover ni la cabeza. Poco a poco, es inevitable, tu discurso interior va centrándose en un único tema. En el poema, claro.

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