LA PREGUNTA DEL MILLÓN
La pregunta del millón, la primera que me suele hacer la gente que conozco y a quien le cuento mi historia, todo esto de cuánto ha cambiado mi vida en los últimos dos años y medio (ahora que lo pienso, muy muy poca gente), es la siguiente:
¿Preferirías que no te hubiera tocado la primitiva a cambio de seguir con Adriana?
Y la respuesta es: coño, claro que no. Con esa maldita zorra que me cambió por un puto millón (y pico) de euros. Y es que la pregunta está mal formulada. Debería ser algo así:
¿Te gustaría volver al momento inmediatamente anterior a aquél en que echaste el boleto, para poder darte la vuelta y no echarlo, y seguir con tu vida?
Y ahí ya vamos afinando un poco más. Y la respuesta es: no sé. Ahí estoy yo con Adriana y mis amigos, ignorante de cómo eran en realidad, y peleándome con mi jefe de la apestosa asesoría a quien en el fondo respetaba, y sacando pelis del vídeo los domingos por la tarde, y acurrucándome en el sofá con Adri y durmiéndome como un ceporro con la cabeza en su regazo que olía tan condenadamente bien, mientras ella me pasaba la mano por el pelo (levantándola de vez en cuando para comer palomitas de bolsa, y volviéndola a pasar, pero con un poquito más de materia inorgánica de las palomitas, por mi pelo, que se iba ensuciando así, de la manera más dulce que existe). Lo han dicho todos los filósofos que han tenido algo que decir en el siglo XX: la sabiduría es el infierno. Si hay un paraíso, éste está en la bendita ignorancia.
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