27.3.06

LA INVASIÓN DE LOS ULTRAMASTRONARDIS

Conforme la luz solar va ganando en intensidad, dejo abiertas menos rendijas de las persianas, excepto las de la habitación donde Nina toma el sol.

Llevo cinco días sin salir de casa, entregado a curiosos experimentos primaverales: por un lado, la dieta del gazpacho que me sopló un amigo (si quieres adelgazar, ponte una semana a gazpacho y porros, que vas a ver) no sólo me está quitando kilos, sino que me pone en órbitas excentricopiáceas de las que apenas sé volver. Escucho muchos discos que de repente no consigo reconocer: canciones que suenan como la primera vez, y que no volveré a oír. Y construyo conversaciones ideales en las que digo siempre la frase perfecta que lo reconduce todo, que arranca sonrisas, que mueve a la gente a hacer o bien mi voluntad o bien lo mejor para el mundo. Y digo estas frases así de sopetón, recién ocurridas. Pero me ha costado horas dar con ellas.

Anoche me doy cuenta de que la tele está encendida, sin volumen. Son las cuatro de la mañana y hay un tipo así como cetrino hablando y hablando en el centro de una pantalla llena de números 803 y frases sobreescritas del tipo El Arcano de la Felicidad. Llamo. Me atiende un tipo con acento gaditano, para mi desilusión. Le digo que estoy deprimido y no tengo novia ni amigos. Esto le jode, porque no le plantea un problema concreto al que hincarle el diente. Empieza a darle vueltas y vueltas al ejercicio, y en un momento dado suelta: ... al final, tú ya verás cómo al final, todo te va a salir bien, hazme caso, al final.

Este tío tiene que ser un becario o algo así, pienso, tres al final en una frase tan corta. Supongo que son resabios semánticos del mundo judeocristiano, la Edad Media, donde todo lo bueno estaba siempre al final. Son cosas que se pegan, no crean.

Esta dieta que estoy siguiendo me está quitando kilos y kilos de concomitancias apostólicorromanas. Cada segundo, cada instante es una escalera que hay que subir (y patear a continuación). Para quien llegue primero hay un jaiku de regalo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Creo saber quién te ha soplado lo de la dieta de porros y gazpacho. Un maestro de la endicronología y otros psicotropismos. Tú sabras, Mastronardi.