CANCIONES, LLUVIA, HUMO Y CRÍTICA LITERARIA
Está lloviendo a sangre fría, estoy escuchando discos viejos de La Buena Vida (tras leer la estupenda retrospectiva que se ha marcado Supervago en Je Ne Sais Pop) y se consume de forma un poquito grasienta entre mis dedos una mezcla de cigarro Camel, papel Abadie y hachís fresco. Pero fresco, fresco, oiga, que casi parece que está vivo.
Miro por la ventana y ante mí veo el famoso correlato objetivo, ese estupendo invento del romanticismo occidental que hace que la naturaleza se pliegue a los vericuetos del estado de ánimo del héroe. También del antihéroe.
Evidentemente, si somos capaces de hacer que llueva o granice o haya tormenta con tan sólo perturbarnos, el paso siguiente es el solipsismo. El mundo es lo que percibimos y sólo lo que percibimos, sólo existimos nosotros y una especie de dios-cinexín que nos proyecta cosas.
Aunque el resultado sería el mismo, a mí me gustaría estar en el caso contrario, es decir, el caso oriental: el correlato subjetivo, según el cual el estado de ánimo del héroe (también del antihéroe) se pliega al entorno. Y de ahí la importancia (la omnipotencia) de las estaciones del año en la poesía. Abril es el mes más cruel, etcétera etcétera.
Tal vez el secreto del peculiar sabor de los cuadros de Hopper consista en el contraste entre la luz de las imágenes, el defectuoso mundo interior de los retratados y el extremo silencio del conjunto.
Mientras escribía estas ocurrencias he escuchado: A mitad del camino, Desde hoy en adelante, Caruso y En voz baja. Soy más lento que el caballo del malo. O será lo fumado que estoy.
No hay comentarios:
Publicar un comentario