DESPERTADORES Y CAFETERAS
Más diferencias: antes me despertaba la alarma del móvil a las siete y media de la mañana, me cagaba en la madre que me parió, miraba a mi derecha: la nuca de Adriana o la cara medio dormida (y enfurruñada) de Adriana, me levantaba corriendo a apagar el despertador, que dejaba junto a la cafetera, en la cocina, para evitar tentaciones. El 90% de los días laborales, mi encantadora novia me gritaba apaga eso ya de una puta vez joder. Como ella curraba en una tienda, se levantaba más tarde. Me hacía el café como un zombi pensando en gilipolleces (recién despierto siempre tengo unos pensamientos inconexos de lo más gilipollas). Mis sueños, aunque no los recordara demasiado, eran un lugar bonito al que quería volver a toda costa.
Ahora no tengo despertador ni móvil ni novia que se queje de que suene. Me despierta Nina protestando porque se hace pipí. El zombismo es igual, los pensamientos son igual de gilipollas y sigo sin recordar ni uno solo de mis sueños.
Pero no son ningún lugar bonito al que me gustaría volver a toda costa. Más bien todo lo contrario.
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