SUICIDIO: QUÉ PEREZÓN
Por mucho que juegue con la idea de la depresión, o incluso por mucho que me adentre en ella, ya sé que nunca voy a llegar hasta el final, nunca voy a ser uno de esos poetas suicidas. Y no sólo porque no sea poeta, ya me entienden. Matarme me da un perezón insuperable: hacer testamento, escribirle cartas a no sé qué juez, colgarme una foto de Adri del cuello, buscarle un nuevo hogar a Nina, etcétera etcétera. Paso. Mejor me arrebujo con la manta, con la perra al lado, y me adormezco en el sofá como si fuera un velero y la travesía hubiera de llevarme al otro lado del frío y la lluvia y este maldito discurso mental, repletas las bodegas de discos y de hachís, y el capitán, como siempre, completamente borracho.
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