29.11.06

LIMPIEZA GENERAL

Se me está yendo la mano con la casa. Nunca he sido de mucho limpiar pero últimamente estoy entrando en una fase de dejadez total. Ejemplo ilustrativo #1: En este momento (en todos los momentos desde hace casi un mes) mis seis platos están apilados en el fregador, sucios. Para comer lo que hago es lavar el de arriba, con lo que la suciedad de los cinco de abajo va cogiendo solera y, francamente, la cocina huele mal. Ejemplo ilustrativo #2: Como me gusta afeitarme nada más terminar de ducharme, siempre me encuentro con el espejo empañado. Para poder usarlo me veo obligado a pasarle un trapo, que nunca es un trapo propiamente dicho, sino la camiseta sucia que me he quitado antes de la ducha. Con lo que la nitidez del cristal yo la compararía con la de una pared de gotelé color crema. Ejemplo ilustrativo #3 (siempre tres, siempre tres, ya lo sé, pero oigan, es que yo soy fan de Stanislaw Lem): aunque la tentación sea grande, por ejemplo tras acabar allí después de una serie de rebotes su pelota favorita, Nina se niega en redondo a entrar en el cuarto de baño. Síntomas difíciles de pasar por alto.

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Al acabar esa última frase me he entregado a una orgía de limpieza total: he puesto un disco de los Rolling a toda hostia, me he calzado los guantes de goma rosa y hale, como Nick Nolte en Historias de Nueva York pero fregando en lugar de pintar. Ahora la casa huele a desinfección, gracias a un truco que me enseñó mi mama: utilizar siempre agua cuasihirviendo para fregar, y dejar que los efluvios de la lejía (aromatizada) se mezclen con ese vapor. El espejo se ha quedado tan limpio que hasta Nieves Herrero se metería una loncha de farlopa sobre él. Para evitar tentaciones, he guardado los cinco platos que me sobran en lo más recóndito del trastero. Y me siento mucho mejor.

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