MASTRONARDI À PARIS À LA RÉCHERCHE DES AMOURS PERDUS
La cosa es más o menos así: el pasado día 30 mi padre y mi madre se plantaron en la puerta de mi casa. Como no me apetecía abrirles en ese momento a pesar de sus continuos toques de timbre, gritos, puñetazos a la puerta e incordios semejantes, se sirvieron del vecino marioneta que todos los padres tienen en el edificio de sus hijos (en este caso su fiel Ricardo), que tocó a la puerta con una excusa ingenua, y a quien abrí (la puerta y la caja de los truenos). Intenté un hola papá, hola mamá no os había oído más bien poco convincente, pero mis progenitores ya ni me oían, ocupados como estaban en examinar la pinta que llevaba yo, con mi única camisa y un bañador, las (pocas) cacas de Nina que había por el suelo y el general olor a choto que imagino que despedía mi casa en esos momentos. Diez minutos tardó mi madre en llamar a su vecina para contarle lo loco que estaba yo, la mierda que había en mi casa y todas esas explicaciones no por burguesas menos incontestables, y en pedirle consejo. Como el consejo de la hi-ja-de-pu-ta de la vecina consistió en que me llevaran al pueblo o en llamar a una ambulancia para que me ataran a una camilla y me depositaran en el psiquiátrico, y no estando yo familiarizado con los procedimientos y la potestad de los servicios de urgencia para arrancar a ciudadanos honrados de sus domicilios en mitad de la noche e internarlos contra su voluntad en macabras instituciones mentales, opté como suelo por la opción más cómoda, metí unos cuantos libros en una mochila y a Nina en su transportín y me plegué a los cuidados de mis padres y a la arcádica vida de mi pueblo.
Ni que decir tiene que estas dos semanas allí me han desequilibrado hasta lo insostenible. He optado por hacerme al menos tan insoportable como la hi-ja-de-pu-ta de la vecina y por facilitar mediante engaños mi salida de la casa. Es decir, me he inventado una novia francesa que no paraba de llamarme al móvil y de escribirme mensajes preocupándose por mí (supongo que mi francés al teléfono no ha engañado ni a mi perra Nina, pero no hay más crédulo que el que quiere creer, sobre todo cuando esa creencia te saca un problema de 186 centímetros de encima). Así le he podido achacar a ella mi estado guarro-depresivo. Y así, mediante la compra de un billete de avión para hoy que ahora los hi-jos-de-pu-ta de Vueling.com no me quieren reembolsar, he logrado desembarazarme (pero papá, mamá, vecina, entended que Lucie me va a cuidar mejor y yo voy a estar más tranquilo allí con ella) del cálido, torpe, perturbador abrazo de la Mancha profunda y mis extraños progenitores. Y de la vecina.
Con lo que aquí me tienen, directamente de vuelta del infierno y con energías renovadas para ofrecerles muchísima pereza y toneladas de ensaladas también en el 200,7! Eso sí, si lo que están buscando son votos para concursos estúpidos dense la vuelta para que pueda follárselos mejor el gigantesco pez espada que tengo aquí preparado para ustedes, cretinos besahuevos. A los demás, benditos sean por leer estas líneas, amigos.
1 comentario:
Sí, entramos por las votaciones en las que tú estás apuntado pero nos has dejado flipadas con esto... me recordó viejos tiempos que no molan nada.
Y si no te gustan los concursos.. joder sé coherente y no te apuntes... así no das disgustos a nadie.
besos
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