PARADOJAS A LA HORA DE LA SIESTA
Lo que llamo la paradoja del solipsista consiste en lo siguiente: que por una parte no vamos a considerar válido nada de lo que nadie nos diga, dado que sólo nosotros estamos cualificados como seres pensantes, y por otro el más mínimo signo emitido a nuestro alrededor, como el primer anuncio de detergente que sale al encender la tele, o que el mechero no funcione cuando tratamos de encender el primer cigarrillo del día y son las cuatro de la mañana y no hay un alma en la calle para pedirle fuego, estas señales, digo, son de una importancia agobiante y no parecen tener sentido y nos vemos obligados a dedicarles horas y horas de trabajo de descodificación, más frustrante aún porque no conseguimos llegar a ninguna conclusión definitiva, y las muchas hipótesis interpretativas quedan colgadas sin archivar estorbando y desordenando nuestro ya caótico fondo de escritorio mental. Terrible, terrible paradoja que hace que haya estado intentando dormir y me haya puesto a pensar en el crecimiento continuo de mis uñas y mi pelo y se me haya ocurrido he aquí otra señal, crece el pelo, crecen las uñas, tal vez para indicarnos a nosotros, pobres solipsistas perdidos por el mundo que en momentos como éste en que el tiempo no parece fluir, años muertos parecidos a esos charcos que dejan las lavadoras cuando se rompen y llenos de agua con tendencia a corromperse, probablemente lo mejor que podríamos hacer sería tomar ese camino de las uñas e intentar imitarlas y tratar de crecer, pero que como no puedo estar seguro de que mis conclusiones hayan sido acertadas no he sido capaz de hacer nada con mi hipótesis, y tal vez para vengarse de mí mi hipótesis se ha puesto a crecer, no de forma ordenada sino a modo de tumor o de bacteria marciana o de rizoma, hasta que ya me ha quedado claro que hoy no voy a dormir ninguna siesta, y he tenido que levantarme, escribir todo esto como quien solicita quimioterapia, y liarme un cacharrito a la salud de los buenos tiempos que están por venir.
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