LA HAINE DE LA POÉSIE
Ya lo he dicho varias veces: yo no escribo poesía. Cuando la tengo delante, me aparto. De vez en cuando me permito poner un disco de PJ Harvey o Joanna Newsom: lo quito a los treinta segundos, o mejor me pongo a hacer otra cosa y lo convierto en ruido de fondo. El ruido de fondo, como todo el mundo sabe, es una barrera de protección, un campo de fuerza capaz de envolverte y hacerte invulnerable a los rayos.
Si escribiese poesía, primero tendría que mirarme. Entrar en modo ectoplasma o emprender un viaje astral o algo así, considerar mi cogote a lo Grand Theft Auto, y a continuación mi piso, mi perra, mis muy ridículas cartas de amor, mi ex novia prófuga. Tendría que seguirme y, al sentirme observado, empezaría a sobreactuar. Me subiría a la moto, me plantaría en Almuñécar (aunque ni de coña iba a llegar la moto a Almuñécar, pero bueno), sería de noche y me quitaría la ropa y me metería en el agua, y entonces haría el muerto y encima de mí brillarían las estrellas. Entonces me despistaría y empezaría a escribir un poema sobre todas esas estrellas, y cuando volviera a mirar no me vería, porque estaría buceando con los ojos cerrados. Y exactamente ahí, en el buceo nocturno sin gafas en Almuñécar, acaba mi carrera de poeta y empieza la realidad.
1 comentario:
El ruido de fondo que nos rodea a todos -llámelo si quiere viento solar- se percibe tumbado en la playa -con los guijarros acuchillando la espalda- de Almuñecar. No me extraña su odio a la poesía, si mira ahora mismo hacia atrás, ella se está riendo de usted.
Y además sabrá desaparecer a tiempo.
Por cierto, lamento profundamente que le confundan por ahí con ciertos aprendices de escritores, amantes de la poesía y demás estupideces.
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