9.12.10

EL SÍNDROME DE MARTÍNEZ


Tal vez vendría a cuento decir dónde exactamente he sufrido por primera vez este síndrome de Martínez, pero ocurre que a lo tonto tonto ya he creado una regla para esta nueva etapa del blog: no decir dónde resido en el presente. Cuando me mude ya tendremos topónimo, pero de momento baste saber que estoy en una ciudad medianamente grande, tremendamente fea y con un ridículo río. Junto a ese río paseaba yo hace unas semanas , una mañana de sol. Recordé una broma de (creo) Monterroso, que dice que si el río no es muy rápido y uno tiene a mano una bicicleta, sí que es posible bañarse dos veces en el mismo. Ya estaba saliendo de la ciudad, lo que es decir que entraba en el extrarradio de la periferia, cuando lo sentí. Un desvanecimiento, una experiencia estética extrema. Junto a mi pie derecho, en un codo de la corriente, flotaban en el agua barrosa una botellas de plástico, de lejía y de cocacola. Busqué el horizonte pero lo estorbaban la estructura abandonada de un edificio de oficinas y una grúa. Me senté. Acababa de sufrir el primer ataque de un nuevo síntoma psiquiátrico: el síndrome de Martínez. Por si aún no lo habéis pillado, el de Stendhal pero al revés.

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