21.3.11

EL BLUP

En los años 80 vimos demasiadas pelis y series de TV, así que un día alguien (el abuelo, un primo, alguien) encontró un simpático extraterrestre perdido por la calle y tuvimos que adoptarlo. O el extraterrestre se presentó aquí, ya no me acuerdo. Sin comerlo ni beberlo de golpe un día estábamos todos adecentando la buhardilla para que nuestro pequeño amigo se sintiera cómodo: un balde lleno de agua templada (19ºC) y con una piedra musgosa en forma de U en el fondo, a modo de cama. Pósters de Michael Jackson en las paredes y de Miguel Ríos. Para comer tofu, surimi, sushi de gambas, olla gitana. Pelotas de goma para jugar y la tele para estudiar nuestra cultura.


Un día nos despertamos de madrugada porque el extraterrestre lloraba en el piso de abajo. Acongojados descubrimos que el pobre Blas (como lo bautizamos, porque parte de lo que pensábamos que era su cabeza se parecía a la cabeza del limón Blas, de Barrio Sésamo, solo que en lugar de pelo negro lo que tenía era un ramillete de filamentos venenosos) había tenido insomnio esa noche y había bajado a inspeccionar nuestra cocina, y que al abrir el congelador había tenido un pequeño shock nervioso al encontrarlo lleno de carne congelada. ¿Pero qué diablos es esto? No entendía nada el pobre Blas.

Entonces toda mi familia empezó a atropellarse, a quitarse la palabra unos a otros para explicarle cuanto antes, para tranquilizar a nuestro amigo. Pero yo me quedé callado. La eficacia estética de colocar a un extraterrestre en el seno de una familia humana (como pasa en E.T., como en Alf) consiste en un fenómeno llamado perspectivismo: la mirada extraña se nos contagia hasta cierto punto, vemos a través de esos diecinueve ojos la realidad cotidiana que nos rodea como si la viéramos por vez primera, etcétera etcétera. Todo estupendo y nosotros encantados. Hasta que te despiertas una mañana a las cinco a eme y miras un congelador abierto lleno de carne y sientes que se te revuelve el estómago. Para llorar, Blas emitía un sonido como de algo sólido colándose por un desagüe. Hacía "Bluuup, bluuup". No podía parar. Mi familia no llegaba a ninguna explicación coherente entre trozos de animales muertos, salsas Perrins y ofertas del híper. De hecho, se enzarzaban en discusiones nuevas, como la mejor manera de descongelar unas costillas. Entonces sonó una vez más, muy fuerte, el "bluuup", y coincidiendo con eso renuncié de una vez por todas a la búsqueda de explicaciones.

No hay comentarios: