10.7.12

UN AÑO CHECO, 1x06


 PIJUS MAGNIFICUS


A las conversaciones sobre moda asistimos con perplejidad y espíritu lúdico, así a partes iguales. Olgagá es muy de vintage, signifique tal cosa lo que signifique, y Paulo suele utilizar la palabra look. También suele ironizar sobre la incapacidad de los hombres hetero de pronunciar esa palabra, y entonces es divertido imaginar la cara que estará poniendo Jesús, con su pinta de informático friqui, en camiseta de tirantes frente al ordenador y poniendo morritos para decirla. Las Miralles también participan, pero no se les entiende nada, porque hablan de texturas, vuelos, caídas, pesos y actrices italianas. ¿De verdad programan con esa minuciosidad su aspecto? Jesús dice lo que dice siempre: que odia, odia, odia las camisetas con dibujos y/o frases, pero su comentario cae en saco roto, porque ya los miembros más modernos (es decir: a la moda) del grupo están lanzados con sus tiendas favoritas y expresando su espanto por Bershka, H&M y Stradivarius, que con tono salaz rebautizan como Freska, Horror & Muerte y Extraputarius, su fidelidad condescendiente hacia Zara y su amor por Topshop y Uniqlo. Trato de contribuir. Me armo de valor y digo: pues yo voy a confesar una cosa: las camisetas negras que siempre llevo las saco del Primark a dos euros la unidad, aunque no os lo creáis, y Paulo me fulmina con un cariño, siempre lo hemos sabido, pero no te preocupes, todo está bien, saldrás de ésta. Me río. Por un momento todo se llena de jajajajaj y de XD y de LOL ubicuos. Jesús aprovecha el impasse para tratar de llevar la conversación al terreno del (anti)consumismo, y pregunta insistentemente a los fashion victims cuánta ropa compran al mes y cuánto se gastan. Precisamente tenía que preguntar esto él, que siempre que se emborracha frente al ordenador se pone a comprar cosas absurdas por internet que luego no recuerda haber solicitado, muñequitos manga, pósters de cine hindú o juguetes sexuales, hasta tal punto que se ha visto obligado a desarrollar la costumbre de ocultar la visa al descorchar la botella de vino de los sábados. Empiezo a aburrirme. Entro en un estado de ánimo voluble y meditabundo. En un ensueño me visualizo ascendiendo súbitamente en la escala social, hasta el nivel: hijo veinteañero vago del consejero delegado. Soy un patricio y miro a la plebe con un catalejo. Me fijo en sus ropas de esclavo pret à porter made in vietnam. Los veo presumir de tiendas, de sofisticación en los gustos, como si hubiesen decidido ignorar que la ley les impide vestir la toga que llevo yo, sin ir más lejos, hecha a medida por el sastre de mi padre con materiales que sus pieles bronceadas en playas masificadas y cutres jamás tocarán. Entonces pienso: si yo estuviera ahí abajo seguramente odiaría mis ropajes, pero acabaría presumiendo de Topshop o de algo así, porque sería la opción menos mala, mejor que ir desnudo, y sobre todo mucho mejor que quejarse. Exige cierta hipocresía, es verdad, cierta capacidad de autoconvencimiento, mucho dominio zen. Hay que entrenar el mundo interior en infinitas conversaciones sobre el porte, la elegancia, la distinción de los modelos de Topshop, pero supongo que llega un momento en que la falacia se naturaliza, por la vía ascética, por el zen. En ese momento de epifanía de clase que Adorno denomina kitsch, los patricios se vuelven invisibles, o tal vez los súbditos ven patricios cuando se miran al espejo. Obviamente los patricios no han dejado de existir, y pueden observar los esfuerzos de los lacayos desde el otro lado de ese espejo, que supongo que debe de ser como los de las comisarías. Clásicamente nos reímos mucho cuando vosotros decís look. Es por los morritos que ponéis.

Acabo cansándome de darle tantas vueltas al asunto de la ropa, pero como os podéis imaginar me quedo un rato en mi apasionante ensoñación, a los mandos de un veinteañero millonario. Se está algo solo, la verdad. También se pasa un poco de miedo irracional, algo biológico, creo, un vestigio en el hipotálamo de épocas más turbulentas para la clase patricia. Nos sumergimos en inmensas piscinas plateadas, en Pedralbes o El Viso, como tiburones sagrados esperando sus sacrificios humanos. Los patricios puros, como yo, los hijos de accionistas, han llegado más lejos que nadie en la carrera hacia la libertad, y el peso de nuestras responsabilidades es equiparable a 0. Solemos follarnos a las plebeyas más perfectas, o a los plebeyos, o a unos y otros indistintamente, como quien ejecuta un ritual menor. Esto hace que el sexo entre nosotros sea insatisfactorio, y tal vez por eso nos dedicamos a jodernos, a modo de deporte. Somos minotauros. Nos gusta imaginar que entramos a cualquier sitio y empieza a sonar una sinfonía de Beethoven. Somos la puta Muerte entonces. También somos bastante ridículos, como es natural. Nuestros vestidos de seda salvaje no están ahí. Vamos en pelotas. Nos cubre el aire, y la mirada de los demás.

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