UN AÑO CHECO, 2x01
FIN
No se
lo digáis a nadie, pero me invento un 75% de las traducciones que
hago. Tampoco es que tenga otro remedio: los textos que me llegan,
que son traducciones semirobóticas del chino al inglés, no tienen
el menor sentido. Hoy, por ejemplo, estoy con las seis páginas de
“manual” de un inflador eléctrico, todo en esta línea: Caution!
Hot wires causes can make disfunction abnormally. Mi regla de oro
consiste en entregar un 10% más de texto que lo que recibo. En este
texto, sin embargo, deslizo otras cosas, algo de poesía automática,
hermanas Miralles, atardeceres del mes de septiembre de 1989, en el
Puerto de Mazarrón, etcétera. ¡Cuidado! Un aumento de tensión
puede suponer que el sistema deje de funcionar con normalidad.
Todo se desliza hacia lo metafórico, porque cada vez necesito menos
ancho de banda para realizar este trabajo. No está mal pagado.
Tampoco bien. Lo hago en negro. Un día a la semana, llevo mi trabajo
en un pen y lo entrego a la dependiente de un inmenso bazar, que me
da a cambio un sobre con mis euros y un nuevo pen, con otros textos.
Trabajo cinco horas al día pero tal vez podría hacerlo en tres y
media, sin poesía ni procesos paralelos. No puedo independizarme con
mi sueldo, pero sí gastarlo en cosas más o menos inútiles, como
cómics o libros, o unas zapatillas para correr de 200€. Una vez
“pinché” (simplemente descolgando el otro teléfono) una llamada
de mi madre y la oí hablar de mí con una amiga. Le decía que mi
problema era que no había superado la ruptura con Tere, que es
una antigua novia con quien estuve tres años. A mí Tere me importa
(y me importaba, ya que estamos) una mierda o mierda y media, pero me
quedé con la coartada. Empecé a comportarme deliberadamente
como una de esas personas con estrés postraumático emocional. Tal
vez nadie haya notado la diferencia.
XXX
Una
vez, hace tiempo, yo era más joven e hiperestésico, leí un libro
de poemas realmente alucinante. La lectura me provocaba visiones,
intensas corrientes sensoriales moviéndose por el espacio, como si
al mundo interior le hubiesen dado la vuelta como un guante. El libro
se llamaba Los nadadores. En él, lo amniótico es elevado a
universal, los colores son placentarios y sombríos, el resto de
seres humanos aparece un instante y vuelve a hundirse en la niebla.
Además, cómo no iba a conectar ese poemario conmigo, que era un
adolescente libresco y misántropo con la sensación perpetua de
estar buceando en mi propio yo. O sea, como ahora, pero sin canas. Me
voló la cabeza, como dicen los yanquis. De repente, quise ser como
su autor, que se llama Justo Navarro. Quise ver el mundo con esos
ojos y (re)crear esa belleza. Cómo no atribuirle al tipo
características fantásticas, si ante cualquier cosa que me ocurría
acababa pensando: qué haría Justo Navarro en esta situación.
Justo Navarro pertenecía a una estirpe de dragones. Su nombre era en
realidad una adivinanza. Ya sabéis: dos adjetivos, uno abstracto y
otro toponímico. Yo me sabía su libro entero de memoria. Trataba de
utilizar sus textos para construirlo a él, y a continuación ser yo
así.
Luego
vi a Justo Navarro en una foto junto a una entrevista que le hacían
en un suplemento literario, a propósito de una novela que había
sacado y que enseguida descubrí que era una mierda. El tipo no
parecía de ninguna estirpe de dragones en absoluto. Parecía un
catedrático cabrón. Y panzón. Te lo imaginabas cagando y leyendo
El País. No era de los míos ni por asomo, ni su mundo amniótico,
ni su vida un tobogán emocional. De esta historia aprendí sobre
todo una cosa: que el arte no dignifica en sí, que uno sigue
cagando y pensando en cómo va a pagar las facturas, aunque haya
escrito Los nadadores. Pero que la dignidad que proyectamos
sobre la imagen de un poeta es la más alta que existe, y esto
justifica a los artistas que crean personajes consigo mismos, porque
esas magias parciales siempre han sido uno de los fines de las artes,
en concreto el fin místico. Ahora que soy empresario trato de hacer
márketing de mis Kafka Weekends con todo eso, sin resultado. Igual
el año que viene metemos a alguien de márketing, por cierto.
2 comentarios:
He llegado a tu blog de una manera algo pintoresca (enlace tras enlace), pero me alegro. Enganchadita a la historia me tienes, vaya fauna estelar.Te dejo el comentario en esta entrada-capítulo en concreto porque me ha recordado a mi padre y a mi abuelo. Los dos se llamaban así, Justo Navarro. Y sí, eran dragones, de los que brillaban más que el fuego. Un abrazo.
¡Yo sí que me alegro! ¡Besos!
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