30.7.12

UN AÑO CHECO, 2x01


 FIN


No se lo digáis a nadie, pero me invento un 75% de las traducciones que hago. Tampoco es que tenga otro remedio: los textos que me llegan, que son traducciones semirobóticas del chino al inglés, no tienen el menor sentido. Hoy, por ejemplo, estoy con las seis páginas de “manual” de un inflador eléctrico, todo en esta línea: Caution! Hot wires causes can make disfunction abnormally. Mi regla de oro consiste en entregar un 10% más de texto que lo que recibo. En este texto, sin embargo, deslizo otras cosas, algo de poesía automática, hermanas Miralles, atardeceres del mes de septiembre de 1989, en el Puerto de Mazarrón, etcétera. ¡Cuidado! Un aumento de tensión puede suponer que el sistema deje de funcionar con normalidad. Todo se desliza hacia lo metafórico, porque cada vez necesito menos ancho de banda para realizar este trabajo. No está mal pagado. Tampoco bien. Lo hago en negro. Un día a la semana, llevo mi trabajo en un pen y lo entrego a la dependiente de un inmenso bazar, que me da a cambio un sobre con mis euros y un nuevo pen, con otros textos. Trabajo cinco horas al día pero tal vez podría hacerlo en tres y media, sin poesía ni procesos paralelos. No puedo independizarme con mi sueldo, pero sí gastarlo en cosas más o menos inútiles, como cómics o libros, o unas zapatillas para correr de 200€. Una vez “pinché” (simplemente descolgando el otro teléfono) una llamada de mi madre y la oí hablar de mí con una amiga. Le decía que mi problema era que no había superado la ruptura con Tere, que es una antigua novia con quien estuve tres años. A mí Tere me importa (y me importaba, ya que estamos) una mierda o mierda y media, pero me quedé con la coartada. Empecé a comportarme deliberadamente como una de esas personas con estrés postraumático emocional. Tal vez nadie haya notado la diferencia.

XXX

Una vez, hace tiempo, yo era más joven e hiperestésico, leí un libro de poemas realmente alucinante. La lectura me provocaba visiones, intensas corrientes sensoriales moviéndose por el espacio, como si al mundo interior le hubiesen dado la vuelta como un guante. El libro se llamaba Los nadadores. En él, lo amniótico es elevado a universal, los colores son placentarios y sombríos, el resto de seres humanos aparece un instante y vuelve a hundirse en la niebla. Además, cómo no iba a conectar ese poemario conmigo, que era un adolescente libresco y misántropo con la sensación perpetua de estar buceando en mi propio yo. O sea, como ahora, pero sin canas. Me voló la cabeza, como dicen los yanquis. De repente, quise ser como su autor, que se llama Justo Navarro. Quise ver el mundo con esos ojos y (re)crear esa belleza. Cómo no atribuirle al tipo características fantásticas, si ante cualquier cosa que me ocurría acababa pensando: qué haría Justo Navarro en esta situación. Justo Navarro pertenecía a una estirpe de dragones. Su nombre era en realidad una adivinanza. Ya sabéis: dos adjetivos, uno abstracto y otro toponímico. Yo me sabía su libro entero de memoria. Trataba de utilizar sus textos para construirlo a él, y a continuación ser yo así.

Luego vi a Justo Navarro en una foto junto a una entrevista que le hacían en un suplemento literario, a propósito de una novela que había sacado y que enseguida descubrí que era una mierda. El tipo no parecía de ninguna estirpe de dragones en absoluto. Parecía un catedrático cabrón. Y panzón. Te lo imaginabas cagando y leyendo El País. No era de los míos ni por asomo, ni su mundo amniótico, ni su vida un tobogán emocional. De esta historia aprendí sobre todo una cosa: que el arte no dignifica en sí, que uno sigue cagando y pensando en cómo va a pagar las facturas, aunque haya escrito Los nadadores. Pero que la dignidad que proyectamos sobre la imagen de un poeta es la más alta que existe, y esto justifica a los artistas que crean personajes consigo mismos, porque esas magias parciales siempre han sido uno de los fines de las artes, en concreto el fin místico. Ahora que soy empresario trato de hacer márketing de mis Kafka Weekends con todo eso, sin resultado. Igual el año que viene metemos a alguien de márketing, por cierto.

2 comentarios:

Vanessa dijo...

He llegado a tu blog de una manera algo pintoresca (enlace tras enlace), pero me alegro. Enganchadita a la historia me tienes, vaya fauna estelar.Te dejo el comentario en esta entrada-capítulo en concreto porque me ha recordado a mi padre y a mi abuelo. Los dos se llamaban así, Justo Navarro. Y sí, eran dragones, de los que brillaban más que el fuego. Un abrazo.

Mastronardi in person dijo...

¡Yo sí que me alegro! ¡Besos!