6.10.12

UN AÑO CHECO, 2X10

O MAKE ME A MASK


Nos vamos todos a Praga y nos alojamos en un hotel cojonudo del barrio histórico, y pagamos con los miles y miles de euros que hemos cobrado en concepto de adelanto de los turistas que están por kafkificarse este otoño. La idea es buscar nuevas pensiones y nuevos "castillos", para poder apretar a más turistas en cada KW, por un lado, y jugar con ellos de formas nuevas, por otro: establecer "recorridos correctos" por Praga y "recorridos falsos", hacer a unos visitar los castillos de otros, provocar encuentros con agentes disfrazados de artistas de Žižkov (algunos "falsos" y algunos "verdaderos", a su vez), crear pistas falsas capaces de acabar con el viajero detenido o drogado, etcétera. Ésa es la idea, repito. Pero llegamos a la ciudad y nos dedicamos a buscar la casa donde vivió Bohumil Hrabal, en el 24 de la calle Na Hrázi. A continuación, nos sentamos los siete (el Club de la Tenia más el lector) en una terraza y nos ponemos a beber cerveza y a hablar de Hrabal y las ventajas del trabajo duro, físico, en la literatura. No conocemos a ningún escritor que haya trabajado más ni peor que Hrabal. Recordamos la sensación de elevación, la cuasimística que nos produjeron a todos ciertos fragmentos de Yo que he servido al rey de Inglaterra. Tal vez todo esto lo decimos porque confiamos en el lector, nuestro hombre en el terreno, y le vamos a pedir cantidades ingentes de trabajo para mantener todo el chiringuito (que ahora va a incluir a casi cien turistas por viaje, unos veinte establecimientos hoteleros y dos docenas de actores, por no hablar de las detenciones programadas, los problemas ), sin que nadie haya mencionado aumento alguno de sueldo. De los siete, es el único que ha pagado el billete de avión (y las cervezas) de su bolsillo. Las Miralles lo tratan con un desprecio olímpico, algo insólito en ellas. Son capaces de cambiarse de silla si éste se les sienta al lado. El pibe, sin embargo, encaja todo esto con una resignación de lo más matter of fact, como si no pudiese esperar otra cosa de la vida ni de los amigos, no digamos ya de los superiores jerárquicos. Es enternecedor. Paulo, de quien sospechamos que se lo ha tirado, le da órdenes secas: pídeme otra, líame un cigarro. Y a mí me da por pensar que todo es teatro y que el único espectador soy yo.

Luego visitamos el ghetto y miramos camisetas con la cara de Kafka, pero no nos compramos ninguna. Hablamos de los obvios pasadizos entre Trenes rigurosamente vigilados, la obra maestra de Hrabal, y las pelis mayores de Emir Kusturica: Underground y Gato blanco, gato negro. Un gitano toca un trombón y nos detenemos junto a él. Compramos cerveza de lata en un minimarket y la bebemos allí, escuchando al gitano. Se detiene abruptamente y enciende un cigarrillo. Nosotros echamos a andar en dirección este, pero en un momento dado me vuelvo y sorprendo a Ángela Miralles dándole algo al gitano, no estoy seguro pero parece un billete de cien euros.

Vuelvo a estar mareado, pero la charla, all things Hrabal, me pone de buen humor, me anima. Como cuando los expatriados que llevan mucho tiempo sin pisar su tierra natal encuentran a alguien de su misma ciudad, y la conversación (estereotipada y anodina, sobre calles y bares y jardines) los arrastra con una pasión ingobernable. Algo así. Hablamos de Bodas en casa. Luego, del suicidio de Hrabal, que a algunos no nos parece un suicidio en absoluto. Hablamos de ese autorretrato de Hrabal en el que aparece recortando las patas delanteras a una mesa para poder ponerla recta en un tejado y escribir desde allí. Hablamos de los personajes de sus novelas que mueren cayendo de un quinto piso, exactamente la altura desde la que cayó él.

De golpe estamos en Žižkov. Hay en efecto muchos antros, muchos burdeles, muchas pensiones por horas. También está el Nuevo Cementerio Judío de Praga, y alguien sugiere visitar la tumba de Kafka. Alguien se ríe, de la ocurrencia, pero parece que giramos en esa dirección. Yo apenas puedo caminar, pero -me acabo de dar cuenta- Jesús me lleva agarrado del hombro, y me sostiene. Le digo, de broma: Jesús es mi guía, pero no parece hacerle ninguna gracia. No habla. Ha caído la noche y el cementerio, que parece pertenecer a un bosque, como un camping, o más bien el bosque ha sido conservado debido a la existencia del cementerio, en pleno casco urbano de Praga, no está bien iluminado. Mis amigos parecen haberse perdido. Cuchichean como si nuestra presencia allí fuese irregular. Lo último que veo antes de desmayarme es precisamente un cartel que indica la dirección de la tumba de Kafka.

Y me despierto junto a la tumba. Solo. Son las cuatro de la mañana pero no sabría decir si ésa es la hora local o la española. Con la exigua luz de mi reloj Casio leo lo que hay inscrito sobre la matzeva: Dr. FRANZ KAFKA (1883-1924), y debajo: HERMANN KAFKA, y más abajo: JULIE K FKA. Estoy empapado de rocío, semicongelado. Tengo una resaca épica, una que solo se puede achacar a la química imprecisa de las drogas baratas. Estoy harto de que me ocurran estas cosas y, francamente, no entiendo qué mensaje quieren hacerme llegar mis amigos, con todo esto. ¿Ayúdame, Franz? Ayúdame, Franz.

Llego al hotel ya de día, tambaleándome y lleno de barro. Mis amigos están disfrutando del buffet y del salón art nouveau. Tienen dos portátiles abiertos frente a ellos, y parece que ultiman los detalles de los próximos Kafka Weekends. Todo parece estar planeado al milímetro y el lector, que se ha afeitado el bigote y se ha colocado un traje barato, hace aportaciones profusas en calles, clubs, hoteles e incluso nombres de pila de los actores que utilizaremos. Ángela Miralles me abraza y me besa fugazmente, con manos y labios sin peso, en la mejilla izquierda y en el cuello. Olgaga levanta acta de todo lo que se comenta. Me como cinco croissants. Paulo, callado y pálido, me mira engullir los bollos y, de golpe, gira la cabeza y vomita un poco sobre la lujosa alfombra persa. Las Miralles se abalanzan sobre el charquito, provistas de servilletas, pero yo ya he mirado y lo que he visto, flotando en una bilis verdosa, es un manojito de pelos castaño oscuro. Pelos de bigote, cortitos.

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