24.10.12

UN AÑO CHECO, 3X02

DANUBIO


Desde que se comió y trató sin éxito de digerir y finalmente vomitó el bigote del lector, Paulo parece haber caído en desgracia. La culpa no la tiene el asunto del bigote, claro está, sino su cada vez más acusada tendencia a chuzarse vivo y emprenderla a soliloquihólicos deprimentes, infinitos e incoherentes. Todo el mundo prefiere a Paulo drogado y entregado a sus complejos rituales de seducción, cuando estamos en los bares, pero por algún motivo esto ocurre cada vez menos, ni siquiera en sus sitios favoritos, como el Ocio, o el Sur. Además, y en esto coincide con el resto de nosotros, parece haber renunciado al resto de su vida social. Sus muchos amigos de antaño han desaparecido. Ya no es invitado a pasar fines de semana en la playa, en casa de unos y otros. No pisa los festivales de música electrónica que tanto le gustaban. Ahora todo es beber vino blanco y cerveza y amargarnos a los demás. Se ha dado cuenta de que las Miralles lo ignoran en cuanto empieza a inflamársele la lengua, y pasa el resto de las noches tratando de llamar su atención a base de discursos. Lo peor es cuando está la música alta, porque se ve obligado a gritar mucho y suele expulsar saliva, profusamente. Con frecuencia yo soy su último recurso, cuando todos los demás ya se lo han quitado de encima. Estas perlas son de anoche, en la 12 y Medio, mientras yo trataba de acercarme a una chica a quien habíamos entrevistado hacía poco para un puesto de atención al cliente. Una muchacha muy sexy, popi e ingenua en apariencia acompañada por dos parejas de amigos, un poquito borracha, tratando de bailar una canción de los Smiths a las siete menos cuarto de la mañana en medio de la pista: lo que yo llamo La Tierra Prometida. Que no pisé, claro, porque se interpuso Paulo:

Mira, tío, mucha gente me pregunta cuál es nuestro target. ¿Nuestro target?, respondo. Nuestro target eres tú. Y tú. Y tú. Y tú. Si eres un miembro activo de esta sociedad, es decir, si consumes, eres nuestro. Si compras objetos y llevas años haciéndolo, ya has aprendido todo lo que necesitas saber para lanzarte de cabeza a contratar un Kafka Weekend. Un sinónimo de dinero es "líquido". Pues bien, ese flujo incesante de dinero te ha ido mojando a lo largo de toda tu vida. Llamemos a ese proceso "licuefacción", como si tú hubieses sido alguna vez un bloque de hielo. Tal vez tenías una forma, unas aristas. Ahora, ya no. Es el problema de la liquidez: ahora necesitas un molde en que encajar, si quieres tener forma. A cambio, fluyes. Cambias de manos, cambias de país. Puedes ser un producto concreto, u otro completamente diferente, o ningún producto en absoluto, solo un apunte contable. Hace dos años vestías de roquipanqui y te chiflaba el snowboard: ahora que tienes novia te has dejado la barbita de rigor y te has comprado un Hyundai. Sin embargo, el cambio de molde no te ha dejado satisfecho por entero, y cuando sales por ahí y ves a la gente de la sala de fumar de la Revólver, por ejemplo, el cuerpo te pide un look más radical, una vida más salvaje y más auténtica. O tal vez no, tal vez lo que te pide el cuerpo es apuntarte a una vida más, digamos, de golfista, como la de ese jefe nuevo que te han colocado que aunque tiene tu edad lleva un BMW más grande que tu calle. El caso es que puedes tener las dos cosas a la vez, porque para eso eres líquido y tienes una visa. Tu identidad se basa en la liquidez, como todo el mundo sabe, pero también es cierto que hace mucho tiempo que no encajas con placidez y exactitud en un molde aparentemente pensado para ti. Vayas a donde vayas, siempre parece haber demasiada gente allí. La nostalgia de esa sensación de remanso te roba la tranquilidad, te hace saltar y fluir, buscar otros espacios no transitados. En esa carrera, sin embargo, vas perdiendo volumen. No eres un río, eres más bien un charco: cada desplazamiento te cuesta algo de líquido. Cuanto mayor es tu zozobra, más fluyes y más volumen pierdes, y a menor liquidez, menor exclusividad, menor sensación de plenitud identitaria, menos hielo. A todo esto lo llaman "reinventarse" en las revistas. Una vez, la Cosmopolitan regalaba con el número unos calientapiernas ochenteros de mala calidad: el eslógan era Reinvéntate ahora y mis amigos y yo estuvimos unos días diciendo reviéntate ahora. También podríamos haber dicho: evapórate ahora.
Después de un tiempo sumido en esa espiral neurótico-líquida, lo más corriente es desarrollar el deseo de hacerse estilita: alguien con una identidad de mármol, subido para más inri a una columna, que ni consume ni fluye ni se derrite jamás. Podría ser Kafka, o podría ser Gregor Samsa: alguien que ha alcanzado el fin de la liquidez, el Nirvana, la identidad definitiva. Pero para pagar esto, alguien tiene que comprar, lo que es lo mismo que decir que para cambiar de nombre, alguien te tiene que llamar. No otra cosa es el dinero: un mensaje con emisor, código, canal y receptor. Tal vez podríamos ser Simón del Desierto, pero tendría que ser en plena calle, o en un centro comercial. Nuestros conocidos tendrían que vernos al pasar, lanzar algún comentario de reconocimiento, ponderar nuestro nuevo Equipo de Contemplación Mística con un poquito de envidia, etcétera.
Ése es nuestro target, ¿entiendes? Todo el mundo lo es. ¿Esa gente que se hacía budista y se compraba un Citröen por el anuncio de Richard Gere? Todo el mundo es como esa gente. El ritmo de ventas que tenemos ahora no durará, le darán la espalda a Kafka, pero montaremos otra cosa, tengo ideas: unos gimnasios donde la gente competirá entre sí con unos videojuegos conectados a los aparatos, y valorará con megustas la evolución del cuerpo de los demás... unos clubes de psicoanálisis donde uno podrá confesarse ante desconocidos, y valorar lo que le cuenten y recibir consejos sobre sus traumas y complejos... una residencia muy barata en medio de ninguna parte, para parados... con wifi, eso sí, pero nada más. Ni cobertura de móvil... Lo que tienen en común estos tres proyectos es que nuestros clientes se van a hartar a follar entre sí, ése es nuestro producto bla bla blá...

Por el rabillo del ojo veo a la bella popi abandonar el 12 y Medio con sus amigos. Adiós a mi mejor oportunidad de ligar en los últimos tres meses. Pero no estoy enfadado. De hecho, estoy contento de tener un aliado en la marginación. Miro a mi alrededor: las Miralles están bailando extáticas y risueñas una de sus canciones favoritas, que es Love will tear us apart . Me pregunto por Jesús y Olgaga, pero en seguida los veo regresar del baño, también con pinta de marginados y de haberse metido algo. ¿Marginados por qué? ¿Exactamente de qué hemos sido apartados? La única respuesta posible es: de la canción. Exacto. Desterrados, expulsados del interior de esa canción.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No encajar en la canción es de lo peor que puede pasar, es casi igual a no encajar en la vida.