23.11.12

UN AÑO CHECO, 3X05

MIRALL


Me gusta la frase "miro a las Miralles" porque incluye algún tipo de puesta en abismo, en algún espejo ("Mirall") semántico de ésos. Me gusta mirar a las Miralles, sus presencias rubias y marcianas, su punto popi e ingenuo, su seriedad de mantis. Las veo sentarse una frente a la otra y escribir cosas en papelitos, calladas, y luego mirarse entre ellas y a los papelitos, frenéticamente, durante horas. Me encanta recoger luego una de esas notitas del suelo y comprobar que están quemadas por el centro y no se puede leer nada en ninguna de ellas. Me regocija que sea una de ellas la que ponga una canción y la otra la que la cante. Cómo se cepillan el pelo para ir a trabajar (porque aún trabajan en el mismo asadero de pollos ecológicos, sin que nadie sepa muy bien por qué), cómo alisan sus rebecas con la mano, cómo cosen, cómo se hacen confidencias en un idioma que solo muy superficialmente es igual que el castellano. Cómo recogen minúsculos residuos de los muebles y el suelo y los guardan en unos pequeños pastilleros antiguos, de los que nunca se separan. Cómo sonríen sin venir a cuento. Cómo se encierran a cal y canto para mear. Cómo se maquillan, con qué minuciosidad decimonónica, qué espectáculo perdido solo para mis ojos, y los suyos, claro. Cómo escupen, en absoluto silencio, en sus vasos de agua, y cómo a continuación su saliva se diluye con una perfección absoluta. Cómo leen, con toda la concentración del mundo, folletos de propaganda de supermercados baratos que cogen del buzón de la oficina, y en especial las páginas de las carnes. Cómo ríen con los dibujos animados. Cómo mueven sus pequeños culos.

Me inquieta la posibilidad de que todos esos pequeños enigmas no puedan resolverse nunca. Tal vez no estoy enamorado y todo es solo un brote de trastorno obsesivo compulsivo. Pero entonces por qué añado más enigmas: el color de sus pezones, por ejemplo. La temperatura y humedad del interior de sus vaginas, el olor, la textura. La imagen al abrir los ojos mientras alguna se sube a horcajadas sobre mí y me besa, con el pelo cayendo sobre los dos. El aroma de su nuca al hacer la cucharita. ¿Gritarán al hacer el amor, serán tiernas, o parecerá que están muertas? ¿Qué se sentirá al reír con ellas, en la cama? ¿Una sensación de comunión con el universo, o el horror vacui del Cabo de Finisterre? ¿Se podrá hacer planes para encargar comida china, alquilar unas pelis y pasar todo el domingo en el sofá? ¿Y qué hará la otra? A veces me despierto con la diáfana respuesta a alguno de estos misterios en la mente, pero son respuestas imposibles que la paulatina entrada en la vigilia y la lógica de la madrugada van deshaciendo. La certeza de que sus vaginas son secas y frías por dentro, pero también resbaladizas, como una piel de serpiente, por ejemplo.

Hacen cada vez menos en la empresa. Parecen haberse dado cuenta de que su mejor papel consiste en estar ahí para que les dirijamos solicitudes más o menos explícitas de aprobación, y no contestarlas. Si hay que tomar alguna decisión, se pronuncian las últimas, con monosílabos si les es posible. Si se van, solemos discutir. Si vuelven, sonreímos. Si se duermen en el sofá, trabajamos en silencio, a toda máquina, felices. Mirándolas.

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