17.1.13

UN AÑO CHECO, 4X02

NOT WITH A BANG BUT A WHIMPER


De pequeño (9, 10 u 11 años) solía jugar al juego de los espectros. El juego de los espectros consistía en elegir un día normal, de entre semana, un día de clase, y pasar el máximo tiempo posible sin ser detectado ni interpelado, en silencio, en la máxima pasividad posible. El juego terminaba cuando me veía obligado a pronunciar una palabra con sentido. Recuerdo que era difícil atravesar el impasse de la comida, porque mamá siempre insistía en preguntar cosas, y casi nunca aceptaba respuestas de tipo "mmm" o "ahah". Si lo conseguía, ya todo era más sencillo. Volvía al colegio en silencio, cursaba mis dos horas de clase vespertinas, me iba al jardín, y para cuando volvía mi padre ya estaba en casa parloteando sin parar, y era posible prepararse un bocadillo y comérselo ante un tebeo, pasar bolos de pan y mortadela a través de una glotis liberada de la esclavitud del lenguaje. Si tocaba bañarse, sumergía en el agua caliente las orejas y me llegaban conversaciones amortiguadas, ininteligibles, que se estaban produciendo en las casas de los vecinos, como un concierto lejano de una banda que odias, un lugar hecho de palabras en el que te alegras mucho de no estar. Yo era un espectro nivel 87 y había conseguido atravesar el día sin ser percibido ni alterar ni una pluma. Mi ectoplasma se fundía con el caldo jabonoso del baño. Me estaba convirtiendo en un artista de la desaparición.

Todo este bagaje en escapismo del que renegué en la adolescencia para que las chicas notasen mi presencia me viene muy bien ahora. La oficina se había convertido en un altar de peregrinación de periodistas freelance, feministas luchando contra la prostitución, friquis de todo pelaje y, en dos ocasiones, policías de paisano con órdenes de registro y la sana intención de acojonar. Todos ellos haciendo fotos y vídeos con sus teléfonos, todo el rato. Fotos y vídeos que aparecían a los pocos minutos en Internet y donde se nos etiquetaba con nuestros nombres y apellidos y textos increíblemente hostiles. Textos que nos acusaban de trata de blancas, de traficar e inducir al consumo de drogas, de lucrarnos con el trabajo esclavo de inmigrantes ilegales en Praga, etc. Mientras tanto, los kafkaturistas ponían cara de "¿y esto?" ante un fin de semana monotemático de "Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay", tratando de seguir los movimientos del Gólem por el barrio judío, sin tiempo ni para tomarse una mala cerveza pero sin que el nuevo diseño intelectualoide de nuestras aventuras praguenses repercutiese negativamente en las ventas.

Hemos cerrado el negocio en España. La página ha migrado a un servidor checo y el pago se hace a través de cuentas administradas por el lector. Hemos abandonado nuestra querida oficina y nos hemos separado, para evitar el linchamiento. Ahora tenemos un abogado que se ocupa de preparar nuestra defensa para cuando nos procesen, y bueno, también de avisarnos cuando la orden de detención sea inminente, para salir del país cagando leches.

Me he dejado barba. Espesa. Larga. Parezco Mr. E., el de Eels, solo que sin gafas. También he empezado a llevar gorra.

Las Miralles se han ido a un pueblo que un grupo de perroflautas está tratando de reconstruir, que se llama San Joy. Traté de besarlas para despedirme de ellas, pero me hicieron la cobra. Aún así, les deseé buena suerte, aunque lo que quería decir en realidad es que les deseaba que nadie en la aldea las reconociera. También les deseé que les fuera bien. En este caso, lo que quería decirles es: no la liéis, sed discretas. Pero éstas no podrían ser discretas ni en el desierto del Kalahari, entre los lagartos.

Olgaga se quedó en la oficina a pesar de que le advertimos que a/ allí no iba a estar segura y b/ la desalojarían en pocos días. No la he vuelto a ver. Me daría miedo acercarme al edificio, por si sigue pululando por allí, entre el chino y la puerta, desorientada y maloliente como un sin techo o un yonqui.

Jesús ha llegado a un acuerdo con su madre por el cual queda relevado de cualquier tarea que lo obligue a salir a la calle y, a cambio, le pasa a la señora una cuantiosa pensión. La madre miente por él, si va alguien a buscarlo. Me lo imagino con las persianas bajadas, comiendo algo grasiento y repasando viejas fotos de Olga colgadas en su biografía de Facebook.

Paulo ha conseguido un trabajo de camarero de tercera (más conocidos como "limpiaváteres") en un crucero geriátrico de bandera italiana. Se ha colocado unas gafas para mayor seguridad. Dice que liga bastante y que "el trabajo le encanta".

He perdido a mis amigos, mi trabajo y mi identidad. El dinero pasa a través de mí como a través de un fantasma. Estoy preparado para nuevas y excitantes aventuras. Me meto en la bañera y sumerjo las orejas. Oigo murmullos. Y lo intento con todas mis fuerzas, pero no entiendo nada.

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