UN AÑO CHECO, 2x05
HELIOGÁBALO
Una
nueva narración, o happening, o literatura en red, o cómo llamar a
eso, de Olga vía Facebook. Me avisa Jesús por whatsapp e
inmediatamente nos instalamos frente a nuestras respectivas
pantallas, con palomitas, para pasar el viernes noche disfrutando de
los retorcidos paisajes mentales de nuestra amiga. La cosa empieza
bien. Parece que San Fernando sufrió ciertos problemas de disfunción
eréctil la primera noche que pasó con Olgaga, y ya ahí las
primeras, deliciosas, dudas acerca de la verosimilitud de la
historia. No nos fiamos de la narradora, pero nos consta que a veces
dice la verdad, aun verdades extremadamente dolorosas y humillantes
para ella. Eso que Coleridge llamaba la willing suspension of
disbelief no se cumple en estas fábulas, o mejor dicho, la
ambigüedad de los textos, su voluntaria indeterminación entre lo
testimonial y lo ficticio, le aportan riqueza al resultado. O morbo.
O todo junto.
Ahí
está Olgaga en la cama con su amante adorado, incapaz de creer lo
que está pasando. Al principio se siente mal, claro, frustrada y
herida en su amor propio al no ser capaz de provocarle una erección
decente al macho alfa que tiene entre los brazos, pero todo eso se
desvanece en cuanto Fernando empieza a emitir tópicos por su boca:
no sé qué me pasa, esto no me suele ocurrir, qué
vergüenza, no eres tú soy yo, etcétera. El tipo está
nervioso. Se le pone como una risilla floja. Se ha vuelto súbitamente
vulnerable y puede que tema que Olga lo cuente por ahí. Luego
intenta recuperar la compostura, etcétera. La historia sigue, rica
en detalles escabrosos y humillantes, con una delectación
francamente morosa, durante casi una hora y media. Que no está mal,
el fragmento, porque sale gente dando y recibiendo sexo oral y
corriéndose y poniéndose colorada y hasta riéndose, pero que
tampoco es como para transcribirlo ad litteram, porque para
qué. A estas alturas, casi sesenta personas siguen la historia y la
comentan de forma festiva, todo el tiempo. Es en este momento, y
Jesús y yo ya lo anticipamos y disfrutamos de antemano, porque
estamos hechos unos gourmets de Olga, cuando la cosa da el giro.
El
giro es simple. La anécdota del gatillazo, que se extiende a la
mañana siguiente, termina. Pasa el tiempo. Ahora Fernando y Olgaga
tienen una relación que a ella la está desintegrando, borrando,
anulando, desmaterializando. Sabemos que esto ocurrió así. Lo que
ya no sabíamos, y nos enteramos ahora, es la tendencia de Olga de
recordar ese primer encuentro, minuto por minuto, y agarrarse a la
vulnerabilidad de Fernando como si fuera un consuelo. Sic: esa
cara que tenías, Fer, de desvalimiento. De no estar a la altura,
algo tan raro en ti. El miedo que te daba que yo fuera a contarlo.
Qué débil eras, Fer, y yo qué fuerte, aunque no lo sabía. Y qué
pronto se cambiaron los papeles. Y cómo recuerdo tus ojos y tu voz
de aquella mañana, cuando seguía sin ponérsete dura y ya las
excusas se te habían acabado y tuviste que reconocer que estabas
nervioso y que no era la primera vez que te pasaba con una amante
nueva y que te perdonara, que no te lo tuviera en cuenta, que habría
una próxima vez. Oh, Fernando, qué droga tan fuerte, ese recuerdo
etcétera
etcétera. Los comentaristas abandonan rápidamente el barco ante la
inundación emocional, como suelen. Uno le pone un enlace a un chiste
gráfico (http://imgur.com/jarr8
),
a lo que Olga responde, tres o cuatro décimas de segundo después,
con otro enlace a una imagen: un gato saliendo de una caja y
exclamando Fuck
Schrödinger!.
Bajo el gato, sin embargo, como si fuera un comentario de la foto,
hay otro enlace. Yo no lo percibo. No creo que nadie lo perciba en
realidad, excepto, claro, Jesús. Jesús sigue ese enlace y desemboca
en una página de texto de uno de esos sitios que sirven para subir
cualquier cosa de forma anónima durante un intervalo corto de
tiempo. A los cinco minutos, tanto el enlace bajo el gato como la
página de texto desaparecen (pero Jesús la ha capturado). El hilo
de Facebook, con la historia de las no-erecciones, languidece y muere
de forma abrupta, pero ya Jesús y yo nos hemos lanzado sobre el
documento, que en Verdana 12, sin márgenes y con interlineado
sencillo, reza así:
XXX
Fernando.
Fernando Lacouture. Mi amante. Haces tantas cosas y tan rápido en el
cuarto de baño por las mañanas que apenas capto los procesos. Te
depilas con productos caros. Te afeitas con una máquina especial que
tiene un botón para dejarte una barba de tres días. Te pones
hidratante, tonificante, antiarrugas, una mascarilla que te ondula el
pelo, un anticaída, un exfoliante y un tratamiento nutritivo en lo
que tarda mi padre en cagar. Además, lo sé, piensas en algo. No sé
qué es, pero parece una loción. Tú piensas esa loción y tu cabeza
por dentro, tu mundo interior, se ve liberado de toda debilidad, de
toda grasa. Ahora brillas por fuera y por dentro, te lavas los
dientes, y sonríes. Hueles bien. No hay ni un solo pelo en tu
escroto. Brilla, tu puto escroto, como tu discurso interior, mi vida.
Toda esa luz me hiere. Como si yo fuese un vampiro y acabase de
hacerse de día. Solo que no soy un vampiro. No puedo morderle a
nadie, ni mucho menos a ti. Mis dientes son de aire. Soy más bien un
fantasma. Toda esta escena de tocador que acabo de relatar pertenece
al pasado, porque ya no estás conmigo, pero yo aún percibo los
olores, las texturas, las humedades y los brillos de tanta y tanta
carísima crema. Después de los meses, esa luz sigue haciéndome un
espectro. Llamad a esto: psicofonía.
Cariño,
qué alquimia extraña, qué le echabas a la sopa cuando vivíamos
juntos. Cómo sustituiste a todas y cada una de las cosas en las que
yo solía pensar, antes de conocerte. Cómo ignoré los consejos de
mis amigos, que me pedían no perderme, no olvidarme, no dejar de
ser. ¿Acaso tenía otra opción? La vida se medía por las veces en
que me dirigías la palabra o me tocabas o hacíamos el amor: si este
número descendía, el número de la vida descendía con él. ¿Qué
podía decirte? Todos esos ensayos, esas pruebas, esos viajes de
actor... ¿acaso crees que no sabía que tenías amantes cerca en
todos esos sitios, cuando no estabas conmigo? ¿Qué podía decir,
qué mensaje me era dado emitir cuando me anunciabas que te
marchabas, y me dejabas claro que no era una buena idea que te
acompañara?
¿Qué
sabes tú de ese dolor? Tu estirpe de Aleph te impide deshacerte como
nosotras. Tu carne es sólida, infinita. Tienes tus liturgias y tus
vestales. Tu identidad es sólida como eternas letras latinas
inscriptas en un friso. La nuestra, la mía, es un aullido
incomprensible mal grabado en una cinta magnetofónica. Y ese
aullido, si alguien se toma la molestia de limpiarlo de ruido y
descifrarlo, no dice mi nombre, sino el tuyo. Apenas noté la
diferencia, cuando me abandonaste. Yo era ya un conjunto de
ficciones, un simulacro de voluntad, que fingía acompañarte cuando
en realidad flotaba incorpórea a tu alrededor, perdida ya la
capacidad de influirte en algo. Sigo así ahora, después de tanto
tiempo. Si mango dinero en casa, de las carteras de mis padres, y me
lo gasto en droga, no lo hago por decisión propia, sino para
atenerme a un guión de amante despechada, a un lenguaje, a un
mensaje. No vas a leer ese mensaje, o mejor dicho, ese mensaje no va
a ser capaz de elevarse hacia ti.
Ahora
sales por la tele. Toda esa inversión en estética dio sus frutos,
como ya sabías que iba a pasar. Cada vez que apareces por Tele 5,
una luz estroboscópica me atraviesa de parte a parte, y sabes qué.
Que la sombra que se proyecta en la pared es la tuya, no la mía.
XXX
Sin aliento, volvemos al hilo original a tiempo de ver caer, puntual a la cita como la Natividad del Señor o los vientos alisios, el "Me gusta" de Fernando Lacouture. Ignoramos si ha leído la carta oculta, pero algo nos dice que para saberlo tendríamos que estudiar Teología.
XXX
Sin aliento, volvemos al hilo original a tiempo de ver caer, puntual a la cita como la Natividad del Señor o los vientos alisios, el "Me gusta" de Fernando Lacouture. Ignoramos si ha leído la carta oculta, pero algo nos dice que para saberlo tendríamos que estudiar Teología.
1 comentario:
gracias por capturar el documento de Olga, estremecedor! no me lo hubiera perdido por nada del mundo. Qué mal se pasa buscándote dentro de ti mismo después de haber sido abducida por otro.
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