12.9.12

UN AÑO CHECO, 2x05



HELIOGÁBALO


Una nueva narración, o happening, o literatura en red, o cómo llamar a eso, de Olga vía Facebook. Me avisa Jesús por whatsapp e inmediatamente nos instalamos frente a nuestras respectivas pantallas, con palomitas, para pasar el viernes noche disfrutando de los retorcidos paisajes mentales de nuestra amiga. La cosa empieza bien. Parece que San Fernando sufrió ciertos problemas de disfunción eréctil la primera noche que pasó con Olgaga, y ya ahí las primeras, deliciosas, dudas acerca de la verosimilitud de la historia. No nos fiamos de la narradora, pero nos consta que a veces dice la verdad, aun verdades extremadamente dolorosas y humillantes para ella. Eso que Coleridge llamaba la willing suspension of disbelief no se cumple en estas fábulas, o mejor dicho, la ambigüedad de los textos, su voluntaria indeterminación entre lo testimonial y lo ficticio, le aportan riqueza al resultado. O morbo. O todo junto.

Ahí está Olgaga en la cama con su amante adorado, incapaz de creer lo que está pasando. Al principio se siente mal, claro, frustrada y herida en su amor propio al no ser capaz de provocarle una erección decente al macho alfa que tiene entre los brazos, pero todo eso se desvanece en cuanto Fernando empieza a emitir tópicos por su boca: no sé qué me pasa, esto no me suele ocurrir, qué vergüenza, no eres tú soy yo, etcétera. El tipo está nervioso. Se le pone como una risilla floja. Se ha vuelto súbitamente vulnerable y puede que tema que Olga lo cuente por ahí. Luego intenta recuperar la compostura, etcétera. La historia sigue, rica en detalles escabrosos y humillantes, con una delectación francamente morosa, durante casi una hora y media. Que no está mal, el fragmento, porque sale gente dando y recibiendo sexo oral y corriéndose y poniéndose colorada y hasta riéndose, pero que tampoco es como para transcribirlo ad litteram, porque para qué. A estas alturas, casi sesenta personas siguen la historia y la comentan de forma festiva, todo el tiempo. Es en este momento, y Jesús y yo ya lo anticipamos y disfrutamos de antemano, porque estamos hechos unos gourmets de Olga, cuando la cosa da el giro.

El giro es simple. La anécdota del gatillazo, que se extiende a la mañana siguiente, termina. Pasa el tiempo. Ahora Fernando y Olgaga tienen una relación que a ella la está desintegrando, borrando, anulando, desmaterializando. Sabemos que esto ocurrió así. Lo que ya no sabíamos, y nos enteramos ahora, es la tendencia de Olga de recordar ese primer encuentro, minuto por minuto, y agarrarse a la vulnerabilidad de Fernando como si fuera un consuelo. Sic: esa cara que tenías, Fer, de desvalimiento. De no estar a la altura, algo tan raro en ti. El miedo que te daba que yo fuera a contarlo. Qué débil eras, Fer, y yo qué fuerte, aunque no lo sabía. Y qué pronto se cambiaron los papeles. Y cómo recuerdo tus ojos y tu voz de aquella mañana, cuando seguía sin ponérsete dura y ya las excusas se te habían acabado y tuviste que reconocer que estabas nervioso y que no era la primera vez que te pasaba con una amante nueva y que te perdonara, que no te lo tuviera en cuenta, que habría una próxima vez. Oh, Fernando, qué droga tan fuerte, ese recuerdo etcétera etcétera. Los comentaristas abandonan rápidamente el barco ante la inundación emocional, como suelen. Uno le pone un enlace a un chiste gráfico (http://imgur.com/jarr8 ), a lo que Olga responde, tres o cuatro décimas de segundo después, con otro enlace a una imagen: un gato saliendo de una caja y exclamando Fuck Schrödinger!. Bajo el gato, sin embargo, como si fuera un comentario de la foto, hay otro enlace. Yo no lo percibo. No creo que nadie lo perciba en realidad, excepto, claro, Jesús. Jesús sigue ese enlace y desemboca en una página de texto de uno de esos sitios que sirven para subir cualquier cosa de forma anónima durante un intervalo corto de tiempo. A los cinco minutos, tanto el enlace bajo el gato como la página de texto desaparecen (pero Jesús la ha capturado). El hilo de Facebook, con la historia de las no-erecciones, languidece y muere de forma abrupta, pero ya Jesús y yo nos hemos lanzado sobre el documento, que en Verdana 12, sin márgenes y con interlineado sencillo, reza así:


XXX


Fernando. Fernando Lacouture. Mi amante. Haces tantas cosas y tan rápido en el cuarto de baño por las mañanas que apenas capto los procesos. Te depilas con productos caros. Te afeitas con una máquina especial que tiene un botón para dejarte una barba de tres días. Te pones hidratante, tonificante, antiarrugas, una mascarilla que te ondula el pelo, un anticaída, un exfoliante y un tratamiento nutritivo en lo que tarda mi padre en cagar. Además, lo sé, piensas en algo. No sé qué es, pero parece una loción. Tú piensas esa loción y tu cabeza por dentro, tu mundo interior, se ve liberado de toda debilidad, de toda grasa. Ahora brillas por fuera y por dentro, te lavas los dientes, y sonríes. Hueles bien. No hay ni un solo pelo en tu escroto. Brilla, tu puto escroto, como tu discurso interior, mi vida. Toda esa luz me hiere. Como si yo fuese un vampiro y acabase de hacerse de día. Solo que no soy un vampiro. No puedo morderle a nadie, ni mucho menos a ti. Mis dientes son de aire. Soy más bien un fantasma. Toda esta escena de tocador que acabo de relatar pertenece al pasado, porque ya no estás conmigo, pero yo aún percibo los olores, las texturas, las humedades y los brillos de tanta y tanta carísima crema. Después de los meses, esa luz sigue haciéndome un espectro. Llamad a esto: psicofonía.

Cariño, qué alquimia extraña, qué le echabas a la sopa cuando vivíamos juntos. Cómo sustituiste a todas y cada una de las cosas en las que yo solía pensar, antes de conocerte. Cómo ignoré los consejos de mis amigos, que me pedían no perderme, no olvidarme, no dejar de ser. ¿Acaso tenía otra opción? La vida se medía por las veces en que me dirigías la palabra o me tocabas o hacíamos el amor: si este número descendía, el número de la vida descendía con él. ¿Qué podía decirte? Todos esos ensayos, esas pruebas, esos viajes de actor... ¿acaso crees que no sabía que tenías amantes cerca en todos esos sitios, cuando no estabas conmigo? ¿Qué podía decir, qué mensaje me era dado emitir cuando me anunciabas que te marchabas, y me dejabas claro que no era una buena idea que te acompañara?

¿Qué sabes tú de ese dolor? Tu estirpe de Aleph te impide deshacerte como nosotras. Tu carne es sólida, infinita. Tienes tus liturgias y tus vestales. Tu identidad es sólida como eternas letras latinas inscriptas en un friso. La nuestra, la mía, es un aullido incomprensible mal grabado en una cinta magnetofónica. Y ese aullido, si alguien se toma la molestia de limpiarlo de ruido y descifrarlo, no dice mi nombre, sino el tuyo. Apenas noté la diferencia, cuando me abandonaste. Yo era ya un conjunto de ficciones, un simulacro de voluntad, que fingía acompañarte cuando en realidad flotaba incorpórea a tu alrededor, perdida ya la capacidad de influirte en algo. Sigo así ahora, después de tanto tiempo. Si mango dinero en casa, de las carteras de mis padres, y me lo gasto en droga, no lo hago por decisión propia, sino para atenerme a un guión de amante despechada, a un lenguaje, a un mensaje. No vas a leer ese mensaje, o mejor dicho, ese mensaje no va a ser capaz de elevarse hacia ti.

Ahora sales por la tele. Toda esa inversión en estética dio sus frutos, como ya sabías que iba a pasar. Cada vez que apareces por Tele 5, una luz estroboscópica me atraviesa de parte a parte, y sabes qué. Que la sombra que se proyecta en la pared es la tuya, no la mía.

XXX

Sin aliento, volvemos al hilo original a tiempo de ver caer, puntual a la cita como la Natividad del Señor o los vientos alisios, el "Me gusta" de Fernando Lacouture. Ignoramos si ha leído la carta oculta, pero algo nos dice que para saberlo tendríamos que estudiar Teología.

1 comentario:

Maria dijo...

gracias por capturar el documento de Olga, estremecedor! no me lo hubiera perdido por nada del mundo. Qué mal se pasa buscándote dentro de ti mismo después de haber sido abducida por otro.